Pasó en Santiago de Compostela.
Un señor mayor, que yo conozco bien, fue al centro de la ciudad a hacer unos recados y cuando iba por una de las calles empedradas tan bonitas de Santiago llevaba uno de los zapatos con los cordones sueltos. Para un señor de su edad es costoso atarse los cordones si no está sentado cómodamente o al menos si no encuentra un sitio para apoyar el pie. Por eso, aunque se daba cuenta del peligro, siguió andando.
Pues bien, una señora lo vio , y se dio cuenta del peligro que tenía de caerse y sin pensarlo más le dijo: señor pare un momento que le voy a atar los cordones de su zapato y así lo hizo en plena calle.
Cuando me lo contó con admiración y agradecimiento el interesado, a mi me pareció conmovedora esa historia y un magnífico ejemplo de ayuda sencilla a los demás, que guardo en mi memoria y pongo aquí para que tenga imitadores en cosas parecidas.
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