Seminaristas, los monaguillos Victor y Maiki y D. José Luís |
Ayer, día 26 de junio, se celebraba en la Catedral de Santiago
una misa a San Josemaría Escrivá, igual
que en tantas ciudades del mundo. Presidía la celebración D. Ángel de las
Heras, vicario Delegado del Opus Dei en Galicia.
D. Diego en la sacristía |
Asistieron a esta celebración un buen puñado
de sacerdotes, seminaristas, monaguillos llenos de curiosidad de la buena y un buen
número de fieles, que llenaban las naves de la catedral, en piadoso recogimiento.
La homilía de D. Ángel versó sobre la santificación del
trabajo, la oración por los muchos que
sufren por no encontrar trabajo y la necesidad de hacer apostolado.
Un aspecto de la Catedral |
Comentó las
palabras del Génesis de que hay que guardar y trabajar el jardín que
Dios nos ha encomendado. Esa es la vocación originaria del hombre, comentó.
Animó a rezar por los responsables de la vida pública para que faciliten el
trabajo para todos.
Sabemos que somos hijos de Dios, decía, y por tanto tenemos
un futuro luminoso aunque no sepamos los detalles. Yo soy hijo de Dios y por
tanto mantengo un diálogo con el Señor, en cualquier circunstancia de mi vida.
Terminó comentando el Evangelio invitando a transmitir el
atractivo de seguir a Dios de cerca, aunque tengamos que ir a contracorriente,
como ha dicho a los jóvenes el papa Francisco.
El Botafumeiro se va a poner en marcha |
Con este motivo recordé mis ya antiguos encuentros con Josemaría
Escrivá. Primero en grandes tertulias, pero especialmente en unas pequeñas
tertulias de sacerdotes que estábamos en parroquias en Roma que éramos sólo unos 8 ó 10 y que nos recibía al menos dos
veces al año, aparte otros encuentros en
alguna de las fiestas que se celebraban a lo largo del año.
Ahí, en esas tertulias de Roma de los años 60, en el Colegio romano, centro mis recuerdos.
Los monaguillos siguen desde el púlpito la evolución del Botafumeiro |
En fechas cercanas a la Navidad recuerdo que mandó traer un
Niño Jesús que es copia de otro de
Madrid; el que lo trajo, me lo dio a mí, que lo tuve en mis manos unos momentos. Todos estaban
unidos a la oración del S. Josemaría en silencio y yo no sabía mucho que hacer
con el Niño. De ello se dio cuenta S. Josemaría y se dirigió a mí y me dijo: Dale un beso, ladrón. Así lo hice y se lo
pasé a todos los demás, que lo fueron besando.
En otra ocasión estuve a una película en donde estaba también
el Padre, y en un descanso ya me iba a la parroquia y me acerqué a despedirme. Aproveché
la ocasión para decirle que era de Finisterre. Me parecía que podía gustarle
saber que yo era de ese pueblo. Rápido me
contestó, me parece bien, pero no es el fin.
Hace poco me acordé de otra anécdota leyendo la historia de
Jacob en la Biblia, en que en un momento
dado Dios le dice a Jacob: Abrázame. Parece como si Dios necesitara de ese abrazo. Pues yo recuerdo que estando en un
descanso informal, después de un festival, en una salita en donde estaba el Padre, también en mis años
de Roma, me acerqué a saludarlo y al
verme me dijo abrázame que hoy lo
necesito. No desperdicié esa oportunidad de abrazarle que me dio mucho que pensar sobre que tendría en
su alma para pedirme ese abrazo.
D. Angel |
Hay otras muchas anécdotas, pero quiero terminar con una que
me ayudó durante toda la vida y que conté muchas veces. Estábamos unos cuantos
sacerdotes pendientes de lo que nos contaba, pues estaba muy sabedor de cómo iba
la Iglesia y a muchos nos abría los ojos a la realidad. En una de esas , un
sacerdote le preguntó cómo teníamos que tratar a las asociaciones.
los monaguillos dan a besar la reliquia. |
De todos es
sabido que en las parroquias hay distintas asociaciones que hay que
atender y cuidar, lo que a veces tiene
sus problemas. Pues bien, S. Josemaría contestó: a cada una, según su espíritu. Luego le di muchas vueltas a esa respuesta de tanto sentido común y nunca tuve
problemas con ninguna asociación y pude
atenderlas correctamente. Aun hoy es el día en que aplico constantemente ese principio pastoral.
Víctor M. Sánchez Lado
Párroco de S. Cayetano
Hará cuarenta y cuatro años que d. José María Escribá visitó la residencia del Opus, sita en la calle de Aoiz de Pamplona. Y la gente se arrodillaba a su paso para besarle la mano. Algo que a mí me parecía excesivo. Un día se lo comenté con alguien que pertenecía a la Obra y me dijo: "No me extraña que no le guste, a D. José María tampoco le gusta, pero les sigue la corriente a los que lo hacen para no defraudarles".
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