El pasado mes de
junio completé mi novena peregrinación a Santiago, iniciada esta vez desde
Pamplona, desde la puerta de mi seminario. Y es que el Camino y el apóstol me
han marcado mucho a lo largo de mi vida, tanto que subiendo O’ Cebreiro
descubrí que el Señor me pedía algo más, un algo más que me llevó hace tres
años a dejar mi trabajo como periodista e iniciar la preparación para ser
sacerdote.
Por esa historia
personal le tengo especial cariño a la ruta compostelana, cuna de grandes cristianos
y origen de miles de conversiones a lo largo de la historia, conversiones de
personas que en el Camino descubrían las huellas de Cristo resucitado y
abrazaban, no ya al Apóstol Santiago al final del Camino, sino la Fe en quien
fue Señor del siervo Santiago.
Pero la ruta
jacobea está perdiendo el marchamo cristiano que es su esencia. Cada vez es más
complicado realizar una peregrinación, que es muy diferente a caminar durante
unos determinados días o semanas sin ese trasfondo espiritual alrededor. Y,
¿por qué? Pues por la falta de sacerdotes en el Camino, por el poco compromiso
de las comunidades católicas a lo largo del mismo y por la ausencia de interés
real –que no siempre de palabra- por hacer del Camino un sitio de especial
importancia pastoral.
En los 25 días
que peregriné conseguí ir a Misa 24, y sólo me faltó asistir a la celebración
más importante del día de todo cristiano entre Belorado y Burgos debido a que
en San Juan de Ortega, donde, por cierto, el albergue, que depende del
obispado, es el peor de todo el Camino y con diferencia (aunque se dice que lo
van a tirar y a levantar otro nuevo en los próximos años), no hay Misa diaria.
Lo cierto es que la situación de San Juan, un lugar tan emblemático y nacido
por y para el camino, es fiel metáfora de lo que ocurre en otros sitios.
Y sigo. ¿Saben
cuántas etapas de alrededor de 40 kilómetros (sí, sí, leen bien, 40) tuve que
hacer para poder ir a Misa a la tarde? Tres. En concreto, de Burgos a
Castrojeriz; de Carrión de los Condes hasta Sahagún; y de Sahagún hasta
Mansilla de las Mulas. Por no hablar de aquel señor llorando en el albergue de
Frómista porque no había celebración de la Eucaristía un domingo por la tarde
en ese pueblo. ¿Así cuidamos algo tan nuestro como el Camino de Santiago?, ¿así
se va a encontrar la gente con el Jesús vivo, con la Iglesia que es vida? Yo,
con 27 años, puedo caminar, no exento de fatiga, esas distancias, pero
obviamente muchas otras personas son incapaces.
Luego están
aquellos albergues parroquiales en los que ni se dice a qué hora es la Misa y
se limitan a poner un cartel que allá quien lo lea y quien no. O esas
bendiciones que parecen un castigo para los sacerdotes y que pasan sin pena ni
gloria. En definitiva, que la pastoral compostelana requiere más interés.
A este respecto
hay que señalar que hay diversos puntos en el Camino que de verdad son oasis
espirituales. Me refiero al trabajo que se realiza, por ejemplo, en la
parroquia de Santiago el Real de Logroño o en Carrión de los Condes con la
colaboración entre el párroco y las diferentes comunidades religiosas del
pueblo. En estos lugares, el peregrino puede ver a sacerdotes en los
confesionarios, asistir a Misa cualquier tarde, recibir una bendición especial,
compartir una cena fraterna con otros peregrinos… en resumen, puede ver a Dios
a través de los otros cristianos. Y sé que me dejo otros sitios muy especiales
como Belorado, Tosantos, donde no hay Misa salvo los domingos al ser un pueblo
muy pequeño, los benedictinos de Samos, los franciscanos en O’ Cebreiro, etc.
Pero a donde
quiero ir es que el peregrino es un fiel más de las parroquias. Transeúnte,
pero fiel y necesitado de especial atención muchas veces. No son un secreto las
confesiones que tienen lugar en Santiago, no es algo desconocido el que mucha
gente está más receptiva en el Camino, pero por eso mismo hay que estar más
atentos. Un pueblo del Camino con varios albergues, especialmente en verano, no
es un pueblo de cien habitantes (que marca el censo, claro está), sino de 200 ó
300, que pasan por el lugar pasando de bar en bar y asombrándose de tanta
iglesia cerrada a lo largo del Camino. Me acuerdo de tantos peregrinos que me
han comentado este hecho…
Programas como el
de la apertura de templos en Castilla y León en verano, los albergues de la Acogida
Cristiana en el Camino que se lo toman en serio o la oración del peregrino en
Santiago todas las tardes de lunes a sábado son, sin duda, luces verdes, pero
lo cierto es que urge recuperar la presencia cristiana en el Camino. Refuerzo
de comunidades religiosas facilitándoles sitios (que no faltan precisamente)
para asentarse, refuerzo de sacerdotes en la medida de lo posible procedentes
de diversos lugares de España y de Europa especialmente en verano, bendiciones
fuera de la Misa donde el peregrino se sienta especial y acogido, institución
de cenas comunitarias con carácter cristiano en los albergues parroquiales… y
muchas más cosas que se pueden hacer para no perder una batalla que se está
perdiendo. No se trata de estar, se trata de actuar.
Acabo pidiendo al
apóstol Santiago su intercesión para que la ruta que originó la presencia de su
santo sepulcro vuelva a ser la referencia cristiana que fue, para que los
obispos del Camino tomen conciencia de la importancia pastoral del mismo, de
que la tan manida Nueva Evangelización tiene un punto muy concreto de desarrollo
en la ruta jacobea, de que se precisa más y mejor desde ya. ¡Ultreia!
de Javier Peño Iglesias
actualmente seminarista en el Seminario de Madrid
de Javier Peño Iglesias
actualmente seminarista en el Seminario de Madrid
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