No estaba en
mis planes pero este verano me ha traído a Santiago. Confieso que no soy uno de
estos peregrinos que andan miles de kilómetros hasta llegar a estas tierras.
Pero, de todas maneras es una experiencia única estar en este lugar santo,
donde se veneran las reliquias del santo Apóstol.
El conocido
Camino de Santiago es recorrido por gente de todas partes del mundo que
peregrinan desde muchos sitios de Europa hasta llegar a Santiago. Unos lo hacen
a pie, otros en bici, otros quizás en coche… Yo lo hice en tren, algo no muy
común a un peregrino de Santiago. Asimismo, me gustaría contaros mi
experiencia.
Hace pocos
días que llegué a la Parroquia de San Cayetano y desde luego la ciudad me
encantó. Ya durante el viaje en tren desde Pamplona pude disfrutar los bellos
paisajes de la hermosa Galicia. Tengo de reconocer que, de todo lo que conozco
de España, es una de las regiones más bonitas. Y en los pocos días que llevo en
Santiago he podido percibir la gran manifestación de fe que es esta ciudad. La
cantidad de peregrinos que se ve por las calles, la multitud de gente que llena
cada día la Catedral es algo impresionante. No sé si todos los que vienen están
movidos por la fe, pero la verdad es que uno no se va de la misma manera como
llegó. Hay algo que trasforma. Quizás sea lo que nosotros católicos llamamos
“gracia”. Y cada uno tendrá algo especial para contar, algo que le tocó más
fondo en el corazón, algo que uno quizás no sepa explicar muy bien. De hecho,
las palabras son pocas cuando tenemos que describir experiencias tan
especiales.
En la Catedral
reposan las reliquias del Apóstol Santiago que acompañó a Jesús en su vida
terrena y que, según la tradición, llegó a España predicando el Evangelio. Estar,
pues, en Santiago es una experiencia sobre todo de fe. Seguramente habrá miles de conversiones en
este lugar santo, aunque no las haya presenciado. Estar aquí es una buena
oportunidad para renovar, delante del Apóstol, la fe.
Esto es lo que se hace (o
se hacía) en el Pórtico de la Gloria, puerta principal de la Catedral: en la
base de la columna central del Pórtico hay cinco huecos dentro de los cuales se
meten los cinco dedos y se renueva la profesión de fe. A partir de ahí se entra
en la magnífica Catedral y luego se vislumbra el precioso retablo con la imagen
de Santiago presidiéndolo.
Ahí se puede visitar las diversas capillas, la
Puerta Santa, y se puede subir al retablo para dar el popular abrazo en la
imagen del Apóstol… Pero el momento más especial es, sin duda alguna, estar
delante del sepulcro de Santiago. Y yo tuve la oportunidad de estar unos
minutos a solas con el Apóstol, ya que me había metido ahí al final del día, cuando
el número de peregrinos era ya escaso y casi nadie se metía a ver las sagradas
reliquias. Pude rezar con tranquilidad y puedo decir que fue unos de los
momentos más especiales de mi vida.
Una de las
cosas que más me llamó la atención fue el famoso Botafumeiro. Está ahí hace
setecientos años y es, de hecho, algo impresionante. Está colgado de la cúpula
del crucero, en el centro de la Catedral, delante del altar. En una ocasión, acabada la Misa que
participaba yo, el cura echó incienso en el Botafumeiro y con un impulso
empezaron a moverlo de la nave derecha hacia la izquierda en un movimiento
pendular espectacular, hasta casi colisionar con las bóvedas. Y esto se hizo
antes de la bendición final de la Misa no sólo para la admiración de los
fieles, pero sobre todo para dar gracias al Señor por el don de la Eucaristía y
de todas las gracias que nos concede a cada día. Los fieles fuimos invitados a
unir nuestras oraciones al incienso que subía hasta el cielo para dar gloria a
Dios. Fue una ocasión única de no solamente admirar la belleza del momento,
sino de dar gracias a Dios por todo lo que hace por nosotros. La majestuosidad
del gesto me llevó a pensar en cómo Dios es grande y cómo su bondad y
misericordia son mayores que nuestras dificultades y limitaciones. El
Botafumeiro, mucho más que solamente provocarme admiración, me llevó a rezar
con el salmista: “¡Qué deseables son tus moradas Señor de los ejércitos! Mi alma se consume
y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo”
(Sl 83).
Lo que digo es
poco delante de lo que se vive en realidad. Santiago de Compostela tiene algo
singular que sólo sabe quiénes pasaron por aquí.
Y después de experiencias tan
especiales, me toca esperar hasta que Santiago me sorprenda nuevamente. Por fin,
digo que vale la pena estar en este lugar santo y que lo que se vive aquí se lo
lleva en el corazón.
Atrtículo escrito por el seminarista Higor de Jesús Morais, de la Diócesis de Nueva Friburgo en Brasil. Actualmente estudia teología en el Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa en Pamplona. Está haciendo un mes de pastoral en esta parroquia de S. Cayetano de Santiago de Compostela
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