Pasaba una familia por la calle y, mientras transportaban
unos paquetes, el niño, todavía un crio, dijo un taco, que yo no oí.
La madre lo corrigió: ”eso no se dice, está mal y no le
gusta a Dios”. Diciendo esto último, ponía
un cierto fundamento al por qué estaba mal.
Pasaba yo por allí y oí la conversación y la madre aprovechó
esa circunstancia para reafirmar al niño en lo que le decía y me dijo: ¿Verdad
que está mal decir tacos?
En cuestión de segundos me pasó por la cabeza mi respuesta
preferida: decir tacos no es pecado, pero si los padres lo prohíben a sus hijos, estos deben obedecerlos y el decirlos sería una
desobediencia. Pero esta respuesta me pareció un poco larga. Y entonces me contenté
con decir algo así como: mejor es no decirlos.
Pero el niño se defiende con una perfecta lógica infantil: y
argumenta: yo se lo oí decir a papá.
Con buen sentido la madre resuelve la cuestión diciéndole:
de tu papá imita lo que es bueno, lo demás, no.
El padre, que estaba allí, callaba dejando a su mujer que
formase los criterios de su hijo.
¡Estos niños ¡ qué lógica natural tienen. Y que bien si las
madres los corrigen y les ayudan a formar su tierna conciencia sobre lo
bueno, que agrada a Dios y sobre lo malo
que le ofende y nos afea. En cosas de más tomo, hay que sentarse con calma con el niño y darle una buena y razonada respuesta.
Ésta es la primera obligación y responsabilidad de los
padres, luego vendrán los catequistas y los buenos profesores que darán explicaciones más
profundas.
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