Nuestros abuelos en la cuaresma hacían una mortificación
especial que ofrecían como reparación y como muestra de deseos de cambio. Por ejemplo,
algunos pasaban toda la cuaresma sin
fumar o sin beber vino a las comidas, incluso sin postre algunas veces. Y así
pasaban tan campantes la cuaresma y, al llegar
la Pascua, la alegría era desbordante.
Ahora hay otras
sugerencias. El papa Francisco nos habla de leer más la Biblia incluso de
llevar el Evangelio en el bolsillo y leerlo en los ratos de espera aprovechando el tiempo
muerto. También nos sugiere unirnos a
Cristo en la comunión para salir de la indiferencia hacia los demás.
Nuestro obispo nos ha dicho que busquemos con insistencia,
incluso a diario, el encuentro con Cristo.
La liturgia del miércoles de ceniza nos trae, con la palabra
de Dios, el intentar ayuno, oración y
limosna. Desde luego si lo hacemos, eso
nos afina y prepara el corazón de donde
vienen todos los males o todos los
bienes. Es importante purificar el corazón. El sacerdote cuando va a
proclamar el Evangelio en la Misa dice una oración que empieza por estas
palabras: limpia mi corazón.
Cada uno, ante el Señor, puede determinar sus propias
mortificaciones con el afán de seguir a Cristo y mostrarle nuestro amor. Por ejemplo ir a Misa por la
semana, confesarnos cuanto antes, tomar
al desayuno sólo leche sin añadidos, poner en orden los papeles etc.
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