Todos podemos dar un buen consejo al que lo necesita. Ya San Pablo dice a los romanos (Rom. 15, 14) estáis capacitados para aconsejaros unos a otros. Una visión verdaderamente optimista de los discípulos de Cristo. Todos pueden aconsejar.
Jesús también aconseja a los apóstoles en muchas ocasiones porque los ama, pero una ocasión significativa es
cuando los envía a predicar de dos en dos. Antes les da unos consejos prácticos
de cómo ir y de cómo comportarse en los lugares a donde lleguen.
El consejo no quita la libertad. No es un mandato. Más bien
potencia la libertad pues da abundancia de luz sobre un comportamiento. Luego el
aconsejado decide coger o dejar el consejo. Al fin él es el responsable último
de sus decisiones.
Hay personas que tiene ese don pues han sido reflexivos en
su vida, han pensado las cosas, saben valorar las circunstancias y lo más
probable es que tienen razón en lo que nos dicen. Es prudente hacerles caso o, al menos, considerar y sopesar lo que dicen.
Dar consejo al que lo necesita tiene una dificultad,
necesita ser acogido y por tanto supone humildad. La soberbia no pide ni quiere
consejo.
El consejo ha de ser desinteresado, por amor, ha de suscitar
el optimismo y la responsabilidad.
En las cosas del alma un consejo es muy necesario, pues nos
abre horizontes, nos abre los ojos, nos ayuda a ser generosos y a avanzar. Esta obra de misericordia dice dar buen consejo, lo cual quiere decir que no todo lo que nos aconsejan es bueno o acertado, ni siquiera el mandato.
Si se manda mal, no se obedece. Hay que cotejar el consejo o mandato con le ley de Dios, con el Evangelio y la enseñanza de los santos y así formar la conciencia.
Si se manda mal, no se obedece. Hay que cotejar el consejo o mandato con le ley de Dios, con el Evangelio y la enseñanza de los santos y así formar la conciencia.
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