Llegó a la parroquia un señor, alto y enjuto, vestido de
negro y con varias bolsas en las manos. Hacía tiempo que no venía, quizá meses.
Como otras
veces esperaba una ayuda. Le pregunté por dónde había andado y como le iba. Tiene
la rara habilidad de dar explicaciones que no se entienden y, al final, quedé
como estaba.
Aproveché la ocasión para preguntarle si había oído hablar
del Año de la Misericordia, y me dijo que no.
Entonces le expliqué que el Papa quería que en toda la
Iglesia se manifestara con contundencia la misericordia de Dios. Es decir que
es verdad que hay misericordia. Le dije que era como
una total y gran amnistía por nuestros pecados. Un perdón de todo lo malo
que hayamos hecho.
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