martes, 14 de marzo de 2017

El aldabón, desaparece.




Todavía hay aldabones o aldabas en las puertas de algunos edificios sobre todo antiguos, pero ya quedan menos y son sustituidos por los prosaicos timbres.

El timbre es algo práctico para los modernos edicificios, pero de momento no consiguieron adornarlo con un poco de arte. Tiene un  problema y  es que depende de  la corriente eléctrica, y si  esta falla ya no hay nada que hacer, tal vez acudir al método tradicional de golpear la puerta con la mano  abierta y esperar a que oigan. Afortunadamente este problema actualmente pocas veces se presenta.


De la palabra aldabón viene otra, el aldabonazo,  que se aplica  a la actitud fuerte y decidida  del que manda o que quiere llamar la atención, cueste lo que cueste.

Los aldabones potentes se fueron perdiendo casi todos y quedan algunos que no merecen ese nombre tan solemne, les falta solidez y empaque. Echo de menos el aldabón, por su arte, por su consistencia y porque transmitía los sentimientos del que llamaba.

En nuestro interior también hay puerta aunque no me consta que tenga aldaba o aldabón. Ahí también Dios se para y llama, si es que encuentra las puertas cerradas.
A veces también llama con un aldabonazo como por ejemplo una muerte de un ser querido o  una enfermedad grave como un cáncer.

 Es Dios que está llamando fuerte, pues seguramente no escuchamos o lo que es peor no queremos oír.


 Para Dios es mejor tener la puerta abierta como hacían nuestros padres con la puerta de casa que cuando nos veían llegar ya la abrían. Si vemos que Dios viene,  abramos la puerta cuanto antes y no le hagamos el feo de que tenga que esperar.

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