Un cooperador de la parroquia, en una mañana de abril, me
miró y me dijo: hoy le veo apagado. Tenía razón, no era el mismo de todos los
días, estaba un poco mustio.
Me consuelo leyendo el Evangelio que también dice de Jesús que en
una ocasión tenía tristeza (“les miró con tristeza por la dureza de su
corazón”). Y en otro lugar, ya al final de su vida da gracias a los apóstoles
porque le han acompañado en sus tribulaciones. Admite, por tanto, que tuvo
tribulaciones.
Pero este amigo añadió algo más que motivaba mi responsabilidad: “si Vd. está
apagado, ¿Cómo nos va a encender a los demás?”
Tenía toda la razón y por tanto tenía que acercarme al
“fuego”, a Jesús y pedirle me contagiara de su fuego y me encendiera.
A los pocos días leía la historia de Moisés cuando se
acerca a la zarza ardiendo en donde habló Dios y le dio un mensaje. De alli salió Moisés decidido a ir a Egipto y sacar al pueblo de Israel de las garras del faraón.
Los
seguidores de Cristo hemos de ser esa zarza ardiendo en donde los demás encuentren esa Palabra y algún mensaje de salvación y así todos se enciendan.
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