Erick Josué
Villegas Correa, un seminarista mexicano, el que estaba ayudando en San Cayetano el julio de este verano. Mientras serviendo recibió la noticia que la madre ha fallecido en Mexico, ha vuelto para estar conjunto con su familia y la madre. Aquí son unas experiencias de la muerte de su madre.
La madre de Erick |
En
ocasiones, diversas circunstancias nos llevan a alejarnos del hogar, de la
familia en donde crecimos; puede ser por el trabajo, por el estudio, o
simplemente por la necesidad natural de independizarnos e ir haciendo nuestro
propio camino, pero siempre está con el deseo de volver al seno de la familia, de
retornar para para volver a sentir el calor del hogar y esa familia que te vio
crecer.
La muerte es
algo de lo que no podemos escapar, y como cristianos sabemos que es un paso
necesario en esta vida terrena, para alcanzar la verdadera vida; pero el dolor
de perder a un ser querido está también presente en el momento de la muerte, y
más si le sumamos el que no pudiste estar con este ser querido en sus últimos
momentos.
El pasado 24 de
julio falleció mi madre, en mi natal México, mientras yo me encontraba
sirviendo en la parroquia de san Cayetano, en Santiago de Compostela, España, en
mi labor como seminarista; y ha sido la experiencia más dolorosa de mi vida, simplemente
por el hecho de no estar ahí con ella, pero también es una experiencia que me
ha permitido entender de una manera diferente la providencia de Dios, su
voluntad, y el mecanismo del amor.
La providencia
de Dios porque inmediatamente me contactaron, primero, mi familia para avisarme
que mi mamá había muerto, pero también las personas indicadas, mis formadores
en el seminario, y sacerdotes de mi diócesis, para decirme que podía viajar a
México para estar con ella y con mi familia; ciertamente es fuerte la
experiencia: la sensación de ansiedad en el avión, la nostalgia; el dolor al
encontrar de nuevo, después de casi un año, a mi papá y a mis hermanos, pero
tristemente en esta situación, y de ver nuevamente a mi madre, a quien hacía
apenas un año me despedía con una sonrisa nerviosa por irme tan lejos, ahora
verla en un ataúd. Pero ver también a mucha gente, algunos que incluso yo ni
siquiera conocía, pero que todos estaban ahí por ella, por mamá, eso me
reconfortaba, me hacía dar gracias a Dios porque me dio una madre que amó
tanto, que hizo tanto bien, y que ese bien se veía reflejado en todas esas
personas que estuvieron presentes, desde su velación, hasta su funeral y el
momento en que fue sepultada.
Luego entender
la voluntad de Dios, porque mi mamá, que un mes antes de morir, caminaba por
las calles de la ciudad, de la mano de su nieto, con toda normalidad, haciendo
sus quehaceres cotidianos, y sonriendo siempre a quienes se encontraba en el
camino, ahora descansa en la paz de Dios, llevada rápidamente por una
enfermedad que aún hoy en día, con todos los avances médicos y científicos,
rebasa nuestra comprensión y la capacidad de reacción del ser humano, pero que
para mí, como debe ser para todo cristiano, nos hace ver que Dios está por
encima de todo, y que nuevamente con mi madre se manifestó, no permitiendo que
sufriera grandemente por los tratamientos dolorosos que se hacen para combatir
esta enfermedad (cáncer).
La parroqui donde fue la misa funeral |
Finalmente, también
entendí mejor y de viva experiencia que el amor no termina en esta vida, sino
que trasciende cualquier barrera, pues mi mamá sigue presente en mis recuerdos,
y en los de cada uno de mis familiares, y de personas que tuvieron la
oportunidad de tener una relación de cercanía o amistad con ella; pero además
se ha manifestado en tantos mensajes de afecto que mi familia y yo hemos
recibido, de tantas personas, que, aun sin conocerla, se han mostrado tan
cercanos, a quienes personalmente doy infinitas gracias, porque eso es el amor,
que nos hace fuertes en los momentos difíciles, y nos permite seguir adelante,
y superar todas las pruebas que encontramos en nuestro camino, de la mano de
Dios.
Agradezco a don
Víctor Sánchez, párroco de san Cayetano y director de este blog, la oportunidad
de compartir mi experiencia en su blog, que quise escribir como un homenaje a
quien me dio la vida, y quien sé que vivió una vida de bien, y que ahora nos
cuida desde la presencia de Dios.
Erick Josué
Villegas Correa, seminarista de la diócesis de Celaya, México, viviendo en el
Seminario Internacional Bidasoa, España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario