viernes, 13 de septiembre de 2019

Conversaciones en el jardín



Hay un jardín en donde me gusta estar. Tiene sombra, hay bancos de madera para sentarse, y  además es una zona tranquila de tráfico.

Además el jardín me trae el recuerdo del Jardín del Paraiso y también, por comparación, del jardín de la familia o del alma , todo  lo cual hay que   cuidar como buenos jardineros.
Allí me reúno con un  compañero sacerdote a conversar algunas veces, y eso ya es una delicia.
Son conversaciones amables, distendidas y provechosas.

El último día hemos hablado del gran atractivo que tenía Jesús que le buscaban los pecadores a quienes acogía y comía con ellos.

 Nos  preguntábamos como hacía Jesús  para que eso ocurriera y veíamos que era  acogedor, amable, no se asustaba de los   muchos  o pocos pecados de sus oyentes y los curaba en cuerpo y alma. Les llenaba de esperanza de comenzar una nueva vida.

 Lo criticaban los fariseos, pero no le importaba.

Luego pasamos a ver como también salía a buscarles,  pues pone dos parábolas en donde se invita a ir al encuentro de los perdidos. La  parábola de la oveja perdida y de la mujer   que pierde y busca hasta encontrarla, la  moneda   perdida.

En cambio no va en busca del hijo pródigo. Le espera y le acoge con bondad infinita.…

Me decía  mi amigo que el hijo pródigo tuvo varias cosas buenas, primero se puso a pensar, segundo fue con humildad  al encuentro del padre, confesando su pecado y pidiendo el último puesto en su casa. No  buscó disculpas para justificarse…

y añadió este mi amigo que si el hijo decide quedarse con los cerdos, no podía echarle la culpa al padre ni a nadie. La culpa es suya.

  El escoge aquella situación lejos de su padre y de su casa. Eso sería escoger libremente  su condenación. El infierno de quedarse sin Dios. Pero esto no fue el caso en la parábola.

En  nuestras conversaciones en el jardín, también entran otras cosas, pero las contaré en otra ocasión.

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