Una de las
cosas que menos me gusta leer, es el manual de instrucciones de una agenda
electrónica, de un electrodoméstico o de un nuevo programa de ordenador. Muchas
veces empiezo por dar a los diversos mandos y probar a ver si la cosa funciona.
Pero pasadas las primeras tentativas veo como pierdo el tiempo, me enfado, consigo resultados limitados y finalmente
tengo que coger el manual o preguntar a alguien que lo haya estudiado y con
cierto esfuerzo se hay formado en la materia.
Esta
actitud de no querer formarse me recuerda una teoría que había en mi tierra, un
pequeño pueblo marinero, que decía que
para aprender a nadar, lo mejor era que tirasen a uno donde no hacía pie y dejarlo.
Decíamos “ya aprenderá, por la cuenta que le tiene”. Un punto de
razón puede haber pues la necesidad obliga, pero tener un buen instructor o un entrenador, evita
tragar “salsa”, ahorra muchos sustos y ayuda a aprender con más rapidez y
eficacia.
Esto viene a cuento porque cuando quiero explicar
quien es Jesús, o la verdad de Dios o el sentido del dolor y de la muerte, o lo
cuatro fines de la misa, por poner algunos ejemplos, muchos prefieren encontrarlo sin estudio y lo que es peor sin
esfuerzo y no quieren escuchar y formarse.
Como consecuencia se da un gran
vacío en el interior de muchas personas que no pocas veces les lleva a la
desesperación o a maldecir de un Dios que no se han preocupado por conocer.
Ya dice la Biblia, cuando Dios habla a
Israel para darle los 10 mandamientos, antes de nada le dice: shemá Israel,
escucha Israel. Y el salmo 2 advierte “abrazad la buena doctrina, no sea que
perezcáis fuera del camino” y también añade: “dejaos instruir los que gobernáis
la tierra”.
Si queremos
saber lo que somos o tener puntos firmes de referencia que nos den seguridad o acertar
para ser felices, hay que tener el alma despierta para escuchar a Dios.
Escucharle en la Palabra
de Dios, en la predicación de la
Iglesia, en el mundo que nos rodea y en los acontecimientos.
De muchas maneras Dios nos habla. Ese es el manual de instrucciones de nuestra
vida que es preciso leer o aprender a
leer. En ello nos va la salvación, pues el cielo comienza en la tierra.
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