Un niño de 2 años más o menos, me hizo pensar. Vino con su madre a Misa y estuvo todo el tiempo llorando. A mí no me molesta, pues es normal y hay que aceptarlo, incluso me parece una buena música de fondo: ¡Hay niños ¡
Al terminar la Misa, la madre se acercó a la sacristía a hablar con el párroco que aprovechó aquel encuentro para preguntar si el niño estaba bautizado. La madre respondió afirmativamente. Luego el párroco se acercó al niño, que seguía llorando, y le hizo la señal de la cruz en la frente y, en ese instante, dejó de llorar y se puso sonriente.
No, no fue un milagro sino que eso es providencia ordinaria
de Dios que, como dice el Evangelio, ni un solo pelo de nuestra cabeza cae sin
su permiso. Todo lo nuestro le interesa.
Pero este hecho produjo un cierto asombro, pues aunque no fue un milagro pero ahí también se ve la mano de Dios.
El sacerdote le dijo a la madre, que, a las noches, junto con el beso de despedida, le hiciera la señal de la Cruz. El niño no se entera pero el diablo sí, se da cuenta y huye, pues en la cruz fue vencido. Y a Jesús le gusta que recordemos la cruz con la que nos salva del pecado.
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