Conozco a un hombre de Santiago que siempre anda con un puro en la boca. Lo lleva apagado y dudo mucho si lo encenderá alguna vez. Lo encuentro por la calle y siempre me paro con él si va por mi acera, nos decimos algo, un saludo rápido, o algunas palabras, pero el puro nunca se lo vi encendido.
El fumar un puro es hábito de algunos hombres, pero de mujeres no suele serlo aunque en una ocasión vi por el paseo de la Alameda una señora fumando tranquilamente su puro. No lo llevaba de adorno pues echaba bocanadas de humo de vez en cuando. No me parece mal, sobre todo si no hace daño a nadie.
Tengo un buen recuerdo de los puros, pues en la época en que fumaba, mi padre me tenía reservado una “faria” para los domingos, que me la daba con gusto para después de comer y yo lo fumaba en su honor.
Luego me quité de fumar pues cuando hablaba alto durante un rato me quedaba sin voz.
Me quité del tabaco también con un consejo de mi padre. Me dijo que para quitarse de fumar sólo hacía falta voluntad, y así lo hice y ya nunca más probé el tabaco.
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