Oí esta historia peculiar a un amigo sacerdote que estuvo varios años en China.
Un párroco de la Iglesia clandestina creyó oportuno fomentar la adoración al Santísimo Sacramento entre sus feligreses, como esto no lo podía hacer públicamente tuvo esta iniciativa singular: llevar una partícula consagrada por las casas de los católicos y dejársela todo el día para que lo adoraran. Les dio estas instrucciones: 1ª nunca dejar al Señor solo, 2ª en caso de algún peligro de profanación u otro, comulgarla y ya está.
Pues bien, todo iba funcionando bien, pero en una ocasión una cristiana que vivía sola y tenía con ella la partícula consagrada, le llegó inesperadamente una llamada urgente de un familiar que le obligaba a salir por el tiempo de una hora. No sabía que hacer y, después de pensarlo mucho, decidió llamar a una vecina pagana que no sabía nada de la fe de los católicos, para que la substituyera durante ese tiempo.
Cuando llegó a casa su amiga, le dijo: mira eso blanco que ves ahí es Jesucristo. No lo dejes sólo hasta que yo vuelva. Y se fue.
Cuando volvió le dijo a su amiga que le estaba muy agradecida y que ya podía irse, pero ella le contestó, quiero estar un poco más, me invadió tanta paz en esta hora que es el día de toda mi vida en que más paz he tenido.
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