sábado, 4 de mayo de 2013

Fernando Olmedo

casa nº 9 de la Algalia en donde residió
 en Santiago
mártir en 1936, será beatificado en Tarragona en el mes de
octubre. Es un magnífico testigo de la fe en toda su vida.
Seguimos con el relato de su vida de joven abogado.

el nº 9,  en la actualidad





Pasante en el bufete-No puedo defender ese pleito.­De baja en el Colegio de Abogados-Oposición a con­tador-La Contaduría de Santiago.

La familia del siervo de Dios estaba establecida en Pontevedra cuando él terminó sus estudios, dedicado el padre y los hermanos menores con éxito admirable al comercio. Allí se estableció también el joven y novel abogado, trabajando como pasante con una de las figuras más prestigiosas de entonces en el Foro: el doctor don Felipe Ruza, muy amigo de la familia Olmedo, excelente persona y de eminente capacidad jurídica. Allí actuó con gran competencia, hasta que, habiéndole dado dicho señor Ruza un pleito para que lo estudiara y defendiera, al cabo de unos días se lo devolvió, renunciando a este encargo de defender el pleito por repugnar a su conciencia los argumentos que debían emplearse para defender al cliente. Y no sólo renunció entonces a la defensa del pleito, sino que desde aquel momento abandonó el ejercicio de la profesión, dándose baja en el Colegio de Abogados.
La admirable actitud del  siervo de Dios en esta ocasión revela la delicadeza de su conciencia y el espíritu profundamente cristiano, que no le permitían la mentira, el dolo, el engaño, las razones falsas, y por lo mismo, sin razones, dejando el ejercicio de la profesión que tantos sacrificios había costado a su padre y a él mismo tantos desvelos para cursar la carrera de leyes. Terminado de este modo el imperativo de su recta y delicada conciencia, entró en el negocio que tenía su padre en la misma ciudad de Pontevedra, para dedicarse a los trabajos de escritorio y contabilidad, los que desempeñó con gran acierto y eficacia.

Entre tanto, habían sido convocadas oposiciones para contadores de Diputaciones y Ayuntamientos en Madrid. Como Fernando había ya desempeñado algún tiempo el escritorio y contaduría del comercio de su padre, habidos además los estudios del bachillerato y carrera de leyes, animoso se presentó en Madrid a opositar, con tan buenos resultados que obtuvo el número dos en la clasificación. Sus aspiraciones fueron muy modestas, no obstante el gran éxito alcanzado  Por aquel tiempo estaban vacantes las Contadurías de las Diputaciones de Barcelona, Valladolid y otras; se contentó con optar a la plaza del Ayuntamiento de Santiago, tal vez por ser su ciudad natal, posiblemente porque estaba cerca de Pontevedra, donde residía su familia, o acaso porque sus aspiraciones, en medio del triunfo, fueron muy templadas. Pero, de primera intención, ni siquiera le fue concedida dicha plaza, porque, aun ganada en tan bella lid, la ­política caciquil entonces en aquella región imperante, exigía que antes se doblegara a cierto alto personaje liberal que ostentaba prácticamente el mando en Santiago de Compostela. Pero ni su padre, recto e inflexible caballero castellano, ni el siervo de Dios quisieron hipotecar su libertad, negándose a ingresar en una política que contradecía sus ideas religiosas y los dictados de su conciencia. Por entonces no le concedieron la plaza solicitada, y tan elegantemente ganada. Más tarde, cuando ya era inútil, como adelante verá el lector, se la otorgaron.

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