Hace años, una religiosa de la Casa sacerdotal me profetizó
que un día tendría que terminar en dicha casa, residencia sacerdotal fundamentalmente
para sacerdotes mayores ya sin cargo pastoral, por su edad o enfermedad. Todavía
no se cumplió esa profecía, pero no rechazo la idea y sólo Dios sabe cuándo iré
a parar a ese remanso de paz.
Hoy fui a dar el retiro mensual que tienen todos los
sacerdotes. Unos 15 ó 20 se reunieron en el oratorio. Cuando llegué
me abrió una religiosa que me recibió con amabilidad y pasé por la sala de
estar. Saludé a los que allí estaban esperando, ya en silencio, y ayudé a uno
que tiene dificultad para andar. Se cogió de mi brazo y entró en el oratorio.
Allí vi a sacerdotes como esos barcos que llegan a puerto
después de pasar por mucho avatares: temporales, mal tiempo y también días de pesca
abundante para las redes del Maestro Jesús.
Les miraba viendo que habían sido párrocos de parroquias
importantes algunos de ellos, profesores, poetas, doctores etc.
Allí estaban al
calor del Sagrario de la Casa, consolados y bendecidos por el que fue su Jefe y
sigue aun siéndolo y les espera, cuando sea oportuno, a la Otra orilla, para
darles el premio merecido a su trabajo y fidelidad.
Ahora sigue su misión, menos vistosa, pero de otra manera. Salvan almas
desde la cruz y con la oración y los sufrimientos.
Quizá su vida es ahora más fructífera
que en otros momentos de juventud, pues
son el grano de trigo que muere –con los achaques…-y da mucho fruto. Para que
otros tengan vida.
En la Casa Sacerdotal hay oratorio, biblioteca, sala de
estar, enfermeros y religiosas.Se está bien.
Nuestros obispos y vicarios la visitan con frecuencia y, los que pueden,
salen a sus cosas por la ciudad.
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