Escuchando la radio en un breve reportaje sobre el libro de las moradas de Santa Teresa, oí
que decía la Santa que había que dejar la
comida de cerdos.
Supongo que haría alusión al hijo pródigo que gastó su
dinero en vanidad, comer y beber, y en
malas mujeres. Todo eso le llevó, no a
saciarse, sino a más hambre y quizás, como un símbolo, se pone bajo las órdenes de un amo,
seguramente el demonio, que le da a comer lo que comían los cerdos y, aun eso,
tasado, en poca cantidad.
Se cumple en él lo que dice el profeta Ezequiel que cuando
Israel deja a Dios y busca ídolos queda convertido en un desierto. Ya no es un
vergel, un paraíso. Así sucede en el
alma que se fía de los ídolos que,
prometen mucho y no dan nada. Mas hambre y mucha desolación, un desierto
por donde Dios ya no se pasea con amor,
como lo hacía en el paraíso
con Adán y Eva y también con nosotros cuando estamos en su gracia.
En cambio, el Padre del hijo pródigo, cuando éste al fin piensa y vuelve, le prepara un buena cena que podíamos llamar una fiesta
para los hijos. Pero ya es otra cosa, limpieza, vestido nuevo, anillo,
sandalias y se mata el becerro cebado e
incluso no falta la orquesta. Todo de lo mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario