Por mi trabajo, voy con frecuencia a funerales. Al terminar
la Misa se organiza, al menos en Galicia y en ciudades pequeñas, una procesión
al cementerio. Van delante los coches fúnebres, detrás el sacerdote, familiares
y una larga cola de allegados y asistentes. Al menos el difunto no es llevado solo al último
lugar de espera en la Resurrección.
Generalmente no rezan, al
menos, yo no los oigo rezar. Rezo el rosario por el difunto mientras
caminamos, pero no contestan salvo en algunas excepciones.
Esa procesión es un símbolo del la Iglesia peregrina. Una Iglesia peregrina
que va al encuentro con Dios por la puerta de la muerte. Incluso es toda la
humanidad porque como dice el Rey David, Este
viaje los hacemos todos. Estamos ya en él.
Estos hechos me hicieron pensar de cómo debemos ir al
encuentro con Dios. ¿Qué es lo que le gusta a Dios?, ¿qué le gustará al
difunto?
Me imagino que Dios querrá que hablemos con él, que le escuchemos y para eso lo mejor es la oración.
Y el difunto yo lo veo como tirando piedrecitas a los asistentes distraídos
para pedir que recen por él. Es sabido que en el purgatorio, las almas sufren y
que nosotros podemos ayudarlas con nuestras oraciones y sacrificios.
Hay que prepararse para presentarse ante Dios. No podemos ir
de cualquier manera. En una ocasión llegó a mi despacho un “sin techo”. Era una mañana fría y había
dormido en la calle. Entró envuelto en una manta y gritando, me muero, me muero.
Lo hice sentar y le pregunté en que calle había pasado la noche y si había
dormido algo. Cuando se tranquilizó un poco, le dije: si te
mueres como dices, tendrás que
prepararte para el encuentro con el
Señor. No puedes presentarte de cualquier manera. Creo que al menos debieras
confesarte. Lo pensó, me miró y se confesó.
Pues la Iglesia peregrina ha de prepararse para este
magnífico encuentro, por tanto hay que
convertirse todos los días y eso viene con la oración. También cuando
acompañamos al que ha terminando la
peregrinación hay que rezar por él. Incluso debiéramos cantar , pues haber llegado a la meta y entrar en la Casa del
Padre es motivo de grande alegría. Nos cantarán el Hosanna, en esa entrada.
Conocí a un pobre muy
original que se llamaba Ramón y decía
con fuerza que si a su entierro iba
gente que no rezaba, mejor que no fueran.
Reconozco que la presencia personal
es interesante y da fuerzas y calor a la familia, pero el difunto merece
una oracioncita pidiendo por él, y, a la vez, nuestro camino hacia la Patria ha de ser en
oración. Así el símbolo de la peregrinación será perfecto.
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