Un padre de familia tenía
dos hijos. Uno de ellos estuvo en casa y se marchó dejando varias cosas en
desorden. Al poco rato llegó el segundo, su hermano, y al ver aquello, se puso a criticar tal
desorden y a poner a su hermano autor de tal desorden, de vuelta y media.
El padre lo escuchó con calma y cuando terminó le dijo que le
quería pedir algo. Vete a coger un saco de carbón que tengo en el garaje y vas
a tirar los trozos de carbón sobre unas camisas blancas que están al sol.
No
estaban cerca y tampoco era fácil de darle. Pero el chico empezó con mucho
ánimo a tirar el carbón. Pensó que era un juego o quizá una manía de su padre. Cuando terminó, sólo una camisa quedó un poco rozada y sucia.
Al terminar, el padre le dijo que se mirara al espejo, así
lo hizo y quedó asombrado porque estaba todo tiznado de carbón. Cuanto más
fuerza le daba a los pedazos de carbón, más le quedaba el polvillo del carbón
en su cara y ropa.
El padre le dijo que esas
eran las consecuencias de las críticas a los demás, que los manchan a ellos pero mucho más al que
critica. El que critica se ensucia por
falta de amor, de comprensión, por no saber disculpar y tener misericordia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario