Ante un grupo de amigos, una señora contaba lo mal que lo pasaba en el trabajo, pues una
compañera la hacía la vida imposible.
Los que estaban allí, daban diversas y variopintas
soluciones. Desde el que decía que merecía estrangularla, hasta el que
recomendaba rezar y tener paciencia pues estaba ganando del Cielo, pues el
Cristo que recibimos en la Eucaristía es un Cristo que fue despreciado y
abandonado.
Pero ella contaba que aquella situación ciertamente le
producía mal humor y amargura, pero todo eso desaparecía porque al llegar a
casa el hijo pequeño le daba un beso, los adolescentes le contaban sus planes y
le contagiaban la alegría de la juventud, y luego, su marido le hablaba , con
cariño y comprensión.
Todo eso recibía en la familia y le compensaba los choques que tenía en el trabajo. Esa acogida era como un bálsamo
benéfico que le ayudaba a superar toda clase de disgustos.
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