Hace años una joven cubana, en un tiempo de mucho frio, se
acercó a la parroquia y me pidió una manta. Como mi madre era muy previsora,
tenía mantas de repuesto, y, cogí una de
buena calidad y se la dí. Nunca más supe de la cubana.
Y ayer, en pleno
tiempo de verano, vino un señor, madrileño, de poco más de 60 años al que la vida le había maltratado un
poco y estos días se veía obligado a
dormir en la calle. Sólo tenía unos cartones que le harían de colchón, pero le
hacía falta una manta.
Los cartones son muy prácticos porque aíslan de la humedad y
del frio del suelo, pero se necesita un saco de dormir o una manta para estar
medianamente bien.
Lo pensé un poco y decidí darle una bonita manta de colores,
en buen estado y ligera, propia para el verano. Cuando la recogí y se la llevé,
le ofrecí meterla dentro de una maleta de ruedas que también le regalaba, y le pareció muy bien llevarla así. No se cansaba de decirme: “que
Dios le bendiga”.
Cuantas gracias tenemos que dar a Dios los que tenemos un
techo, una habitación y una cama normal en donde reposar, aunque a lo mejor no tengamos sueño y pasemos la
noche en vela.
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