Llamé a Antonio Puga, que es voluntario en la parroquia, y le pedí
que me acompañara en un alegre paseo pastoral. No puso dificultad
No podía el miércoles, pero si el
jueves. Por tanto salimos el jueves, con buen tiempo y a la hora convenida y sin un rumbo
predeterminado. Salimos desde la entrada
de la parroquia de S. Juan.
Pasamos por un bonito parque, pulmón de la zona, luego una calle (Santa
Comba) y luego la carretera general de Vista Alegre.
Nos encontramos con pocas personas a quienes saludamos sin
pararnos. Luego vimos a una señora que le gusta mucho viajar a los santuarios y
nos paramos un poquito interesándonos por sus trabajos.
Luego fuimos a parar al negocio de su
marido sin entrar, pues tenía
bastante gente. En las mesas de la calle estaba sentado un señor de larga barba
y cabellera abundante que tenía un cierto parecido con Einstein. Le hice una broma y nos fuimos.
Luego cruzamos la calle y decidimos, sobre la marcha, explorar
una zona que nos llevaba a un riachuelo
y a una agrupación de casas llamada LERMO. Nunca habíamos ido por allí y
queríamos saber como era aquella gente y sus casas.
La mañana era apacible y fuimos sin prisa. Nos cruzamos con
un chico que me pareció con cara de pocos amigos y que llevaba un perro. Le pregunté
el nombre del perro y eso le gustó, nos dijo el nombre y nos sonrió, hablándonos
del perro.
Vimos el rio, una
taberna con varios coches a la puerta, unas casas muy bien restauradas y
algún chalé suelto.
No faltaba ni la
fuente, ni el lavadero, pero no vi el crucero que seguramente está por algún
sitio.
Cerca del lavadero había un paisano cortando la maleza y nos pusimos a hablar con él. Nos dijo
que el agua era potable y rica y allí bebimos
para comprobarlo, nos dijo también que el lavadero era antiguo y que el trabajo de limpiar, lo hacía él porque los jóvenes no quieren
hacerlo.
Subimos un poco más y dimos
vuelta. Ya se acababan las viviendas.
Al bajar una señora nos saludó
desde la ventana de su casa. Nos conocía
y nos pusimos de conversación. Aproveché para decirle que si sabía del algún
enfermo, que me avisara. Pues últimamente repito esto, con el afán de
ayudarles a llevar la enfermedad como una vocación y ocasión de santidad.
Bien, pues la señora me dijo: Si, hay uno que es mi marido, suba a verlo.
Como tengo la teoría de que lo mejor es hacer estos trabajos
en caliente, le dije que sí. Subí charlé
con él, le di una bendición y luego bendije al casa y rocié con agua bendita
los cuatro puntos cardinales.
No vi salir a los
demonios como le sucedía a un misionero de África que decía que sí, los veía
salir, pero me imaginé una salida precipitada de los mismos, como en tiempos de Jesús.
Este encuentro providencial nos dejó a todos con gran
alegría, y ya regresamos a casa. En el camino aun encontramos a una señora
mayor que se quejaba de la hora de la Misa en la parroquia y pedía que fuera un
poco más temprano para poder asistir a diario. Se hará un poco más adelante.
Y así terminó este grato paseo pastoral.
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