Cerca de la iglesia, en un banco de cemento, hay una mochila olvidada desde hace varios
días y allí sigue.
Supongo que será olvidada, pero también pudo dejarla su dueño por si a alguien le
interesaba. Seguramente ya cumplida la misión , no la necesitaba. Le hizo un gran
servicio, suponemos, pero luego ya era
un estorbo y allí quedó para que alguien la cogiera y le diera nuevas misiones..
También pudo ser un despistado que no sabe en donde deja las cosas, que de todo hay, o un malandrín que no se preocupó de darle mejor destino y la tiró en el primer sitio que le pareció.
También pudo ser un despistado que no sabe en donde deja las cosas, que de todo hay, o un malandrín que no se preocupó de darle mejor destino y la tiró en el primer sitio que le pareció.
La mochila está
callada, no habla, pero sobre ella estarán muchas pequeñas historias. Desde donde
fue adquirida, hasta los buenos servicios que prestó, sin protestar, en el camino y hasta el día en que fue a parar a ese banco del jardín.
La mochila cuando va a la espalda de un peregrino o de otra
persona cualquiera, es de confianza,
pero cuando queda solitaria, sin dueño , produce una cierta sospecha. Hubo personas
que la miraron, desde cierta distancia, vieron algo dentro, pero allí la
dejaron en su soledad.
Nosotros no somos mochilas abandonadas, siempre tenemos la seguridad de que Dios nos quiere, aunque otros pasen de largo o nos miren
con cierta frialdad. Dios siempre tiene previsto un nuevo plan para nosotros y a alguien que nos mire y nos eche una mano.
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