Desde el lunes pasado hasta hoy, estuve en Fátima haciendo
un curso de Retiro que, en general, los
sacerdotes hacemos todos los años en el lugar que elijamos.
Éramos unos 50 sacerdotes de toda España y parábamos en un hotel (S. Amaro). Este hotel tiene varias
capillas una de ellas muy capaz para grupos numerosos. Está cerca de la
Capeliña y de las basílicas. Da tiempo de
rezar un rosario, caminando despacio.
El salir a la calle, era seguir rezando, pues en Fátima todo
habla de María y las calles son, me las imagino, como un claustro de un monasterio
medieval.
Teníamos las meditaciones en la capilla del hotel y la Misa
en la capeliña o en la Resurrección del Señor.
El primer día presidió la santa Misa un “Pope”. Bueno un
sacerdote que lleva varios años en Rusia, pero que está muy identificado con su
entorno ortodoxo-católico: larga barba blanca, pelo ensortijado y largo, sotana
sin pliegues y una cruz al pecho a modo de pectoral. En la parroquia, en donde está, tiene solo unos cuarenta
católicos que son sus ovejas a las que
cuida con esmero.
Nos gritó en la
predicación que hay que orar más, mucho más. Ser santo y ayudar a otros a ser santos, querer más a
los feligreses, como sacerdotes que somos.
Nos animó a la esperanza, nosotros colaboramos pero Dios es
quien convierte y a él le dejamos esa
responsabilidad y por eso esperamos que todo salga bien.
A la noche nos uníamos al rosario con el pueblo allí reunido
en la capeliña. Gente de muchos y diversos países, unidos todos con María en
oración.
La mayoría estaban sentados, otros muchos de pie en los
alrededores y aquí y allá alguna persona joven de rodillas todo el rato. También
se veían devotos que hacía el camino a la capeliña desde los alto de la explanada,
de rodillas, siguiendo una tradición que
parte de la vidente Lucia que lo hizo con su familia para pedir la curación de
su madre.
Casi siempre en los santuarios busco la ocasión de preguntar
a alguien, si “hay milagros” en ese santuario.
Pues bien, un día que iba rezando el rosario se me acercó un joven y entramos
en conversación. Se le veía conocedor de
Fátima. Tan pronto pude, le hice la
pregunta.
El me dijo: aquí en Fátima
hay milagros morales de conversiones y también milagros físicos. Y me contó uno
relatado a él por la protagonista una mujer ya mayor. Contó como su hijo tuvo un accidente y rompió una
pierna. Fue al médico y se la enyesó pero los
huesos soldaron uno encima del otro cosa que le produjo una cojera
espectacular. Volvió a otro médico y
este le explicó lo que ocurría y que había
que romper y empatar bien los huesos.
La madre del chico le
dijo que no quería hacer sufrir
más a su hijo y que se lo iba a pedir a la Virgen de Fátima. Rezó mucho, mucho.
Un buen día el chico le dice a la madre: siento que estoy curado, deja las muletas y echa a andar normal. La
madre se desmaya.
Pasado el tiempo, le miran la pierna a ver como está y ven que
el hueso está bien empatado, no uno sobre el otro como al principio.
Me comentaba el joven
que la Virgen hace las cosas bien, también los milagros. A mi me recordó el
milagro del cojo de Calanda.
Luego las muletas las llevaron al santuario como
recuerdo de este portento y allí están guardadas.
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