Paseando por los aledaños de la playa de Panxón ( Nigrán-Pontevedra), vi una garza. Alta, zancuda, parecía que estaba sostenida por una sola pata, casi no se movía.
A su lado pasaban grupos de gaviotas o palomas, con sus patas pequeñitas que a su lado parecían unas pobres aves, con pasos cortos y levantando el vuelo cada dos por tres.
La garza tenía una actitud chula, movía algo la cabeza pero ni caso a las demás aves, después de un buen rato dio tres pasos con su largas patas y con un garbo de quien se sabe superior, volvio a pararse. Se chuleaba ante aquellas otras aves, mirándolas desde arriba y como compadeciéndose de su pequeñez.
Pasó u tiempo y yo ya no sabía si seguir mirando o irme, pues la garza no mostraba ninguna prisa, no daba síntomas de querer irse. Pero, de pronto, sin previo aviso, levanta el vuelo a toda mecha, sube a gran altura muy por encima de los otros grupos de aves y se va.
Pensé que Dios no nos hizo a todos iguales, sino sería todo muy monótono, pero cada ser es su criatura y le ha gustado tal como es y así da gloria al Creador.
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