Suecia es un país con raíces cristianas en el que durante los
500 últimos años la mentalidad predominante ha sido la protestante. Los
católicos somos hoy el 1,5% de la población, de las más variadas procedencias y
con gran vitalidad. Cada año hay conversiones al catolicismo en todos los
ámbitos de la sociedad. Somos como una pequeña familia. Casi todos nos
conocemos e intentamos apoyarnos unos a otros.
Estocolmo |
Un domingo de primavera, hace ya un par de años, nos dijeron en la parroquia que se necesitaban más catequistas.
La petición se repitió
durante varias semanas y yo no hacía más que preguntarme si estaba capacitada
para ayudar en la catequesis: ¿dispondré del tiempo suficiente? ¿Conectaré con
los jóvenes?
Me llamo Maria Bäärnhielm y soy conversa. Mi indecisión
radicaba en que habían pasado varios años desde que estudié teología para
profundizar en la fe que había encontrado y abrazado como adolescente. Por mi
trabajo estoy acostumbrada a dar clases, pero siempre a adultos. En teoría
estaba cualificada pero la idea de dar clase a jóvenes era algo totalmente
nuevo para mí. Finalmente puse de lado mis dudas y envié un correo electrónico
al sacerdote jesuita responsable de la catequesis y concertamos una fecha para
hablar del tema.
Me presenté con cierto nerviosismo y a lo largo de la conversación
comenté medio en broma, para evidenciar mi falta de conocimientos, que no
recordaba todos los acuerdos del IV Concilio de Letrán. El sacerdote se rió y
me dijo: “Estos jóvenes tienen un conocimiento muy reducido de nuestra fe
católica. Lo que necesitan es ver tu amor a la Iglesia y a nuestra fe y
encontrar en ti un modelo de vida cristiana”. Estas palabras me dieron
seguridad para afrontar los desafíos que iba a encontrar.
Pero ahora tendría que explicar cómo es la catequesis. Los
jóvenes en preparación para recibir el sacramento de la Confirmación suelen
tener 14 años y la preparación dura dos años. En sábados alternos reciben dos
horas de clase y después asisten a la santa Misa, ya que es parte de la
instrucción. Se trata de introducirles en la liturgia y que adquieran devoción
a la Eucaristía.
Un campamento para comenzar la catequesis de Confirmación
A principios del otoño nos reunimos por primera vez los ocho
catequistas. Éramos muy variados, como lo es la Iglesia Católica en Suecia: dos
éramos conversos adultos y seis procedentes de familias católicas; dos con
raíces en Oriente Medio, otros dos de Polonia, uno era africano y otro de un
país asiático.
Movimietos católicos en Suecia |
El inicio de las clases lo tuvimos en un campamento en el que
los jóvenes tendrían ocasión de conocerse y nosotros de conocerles. Las clases,
alternadas con juegos y deporte, tocaban temas fundamentales: cómo es posible
conocer a Dios por vía natural, por ejemplo contemplando la naturaleza. También
hablamos del mal y del sentido de la vida. Los jóvenes venían de entornos muy
diversos y se vio enseguida la importancia que tienen los padres en la transmisión
de la fe y para la recepción de los
sacramentos.
Varios de ellos pidieron confesarse antes de la Misa. Me
alegró también ver cómo algunos de ellos, con algo más de formación, explicaban
a otros que el fin de la vida del hombre es amar a Dios con todo su corazón e
intentar cumplir la voluntad de Dios.
Durante el curso fuimos viendo la vida del Señor, la Iglesia,
los Apóstoles, el significado del sacerdocio, etc. Les introdujimos también en
algunas devociones habituales de la Iglesia como el Santo Rosario. Hablamos
sobre cómo vivir como cristiano en el día a día. Cada uno de los catequistas
compartimos lo que significa la fe en nuestra vida personal y dimos testimonio
de nuestra conversión: para algunos un camino largo para finalmente ser tocado
por la Gracia y encontrar la fe o volver a ella.
Catequesis durante el confinamiento
Al llegar la pandemia a Suecia tuvimos que suspender
inmediatamente las clases. Pero enseguida propusimos continuarlas de modo
digital y tenerlas vía Zoom. Se trataba de mantener el interés de los jóvenes.
La mayoría continuó, aunque ahora se trataba de sentarse frente a una pantalla
y escuchar sin la presencia física de sus amigos.
Con frecuencia me he preguntado qué es lo que estos jóvenes
sacan de estas clases y qué huella deja en sus vidas: ¿ha sido fecunda mi labor
y la de mis colegas catequistas durante este pasado curso? Estos jóvenes viven
en un ambiente secularizado donde la fe católica se cuestiona y muchas veces se
ridiculiza y ataca.
Creo que recibí la respuesta hace unos días cuando salía de
Misa y me encontré con dos chicas adolescentes que se me echaron al cuello y me
dieron un cariñosísimo abrazo. Habían sido mis alumnas el año anterior. Entendí
este gesto como un sí: ¡efectivamente ha valido la pena! Espero que hayan
adquirido un buen conocimiento de su fe, pero no es menos importante que les
haya quedado un buen recuerdo y que su fe vivifique ahora sus vidas y sepan que
vale la pena vivir como cristianos.
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