Ayer, domingo de la divina Misericordia, estaba a la puerta de la iglesia un pobre que ya es habitual de todos los días y es conocido por los que frecuentan el templo. Vino casi una hora antes del comienzo de la Misa seguramente para coger sitio y que otro no le hiciera competencia.
Luego vino otro joven, bastante bien vestido, y entró a la sacristía para pedirme amablemente una ayuda. Le di dos euros en una moneda y me dio las gracias y me comentó que ya tenía para comer todo el día. Quedé un poco sorprendido, pero él así me lo dijo.
Salió y al poco rato entró de nuevo y me pidió que le cambiara aquella moneda por dos de un euro pues quería darle un euro al que estaba en la puerta pidiendo; gracias a eso, me enteré de su obra de generosidad que me hizo pensar en aquella mujer del evangelio que dio poquito pero era todo lo que tenía y que hizo brillar de alegría los ojos de Jesús.
Yo también me emocioné por esa generosidad y porque tuviera, en el día de la Misericorida, también misericordia con otro tan necesistado como él.
Estoy seguro que ese comportamiento le habrá engrandecido a los ojos de Dios.
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