sábado, 10 de enero de 2015

Detalles que hacen amable la vida




Un  pequeño y agradable suceso de estos días me hizo pensar como con pequeñas cosas, favores sencillos que hacemos espontáneamente a los demás y sin esperar recompensa, se puede dar alegrías.

Fui a  una gasolinera a  lavar el coche. Me di cuenta que los pájaros habían ensuciado  la parte delantera, parabrisas y capó, y me decidí a lavarlo.

 Cuando  entré  en uno de esos departamentos con agua a presión,  estaba allí un señor, para mi totalmente desconocido,  y le pregunté como  se hacía. Me lo explicó y me dijo que tenía que ir a comprar  una ficha  para que funcionara;   cuando anduve unos pasos me llamó y me ofreció una suya que ya no le hacía falta, pero no sólo eso,  luego  va a coger el cepillo con jabón y se pone a limpiar lo más gordo que era bastante. Al fin,  me deja a que yo siga con el agua a presión.

 Me quedó un buen sabor de boca para todo el día, pues no le dio importancia  y me lo hizo con ganas de servir, de ser útil. Me  acordé de aquel punto de Camino: sé útil, deja poso, ilumina con la luminaria de la fe y del amor…

Después pensé en tantas cosas pequeñas que he visto, en mi vida y en la de otros,  que dicen mucho del ser humano que no es tan egoísta como a veces se pinta.

Por ejemplo sé  de un abuelo que salió por las calles de Santiago y los cordones de un zapato se le soltaron. Como era mayor,  le era difícil arreglarlo sin sentarse y, en la calle, no hay asientos. Una señora lo vio y le dijo: párese un momento que le ato el zapato. Así lo hizo y le ató el zapato, siguiendo su camino con seguridad. Desde luego no se conocían de nada.

Un hippy iba maldiciendo por la calle de que sus zapatos cogían agua por todos los lados, otro que lo vio se quitó sus propios zapatos y se los dio. Este siguió descalzo hasta su casa que tenía cerca.

En varias ocasiones le pedí dinero a mi coadjutor para hacer un pago que yo, en ese momento, no podía hacer porque no  me llegaba lo que tenía, y no me dio lo que le pedía sino que me dio la cartera para que yo cogiera lo que quisiera. Quedé también conmovido por esta confianza.

Hay una señora que  hace recortes de revistas de noticias que piensa le puede interesar a otras personas  y se los lleva de vez en cuando.

Conocí a un seminarista que le salía el ayudar. Te veía con las llaves en la mano para abrir una puerta y te las  cogía haciendo él ese trabajo. Lo mismo si te veía hacer algo, si  podía,   te sustituía sobre la marcha. Tenía el carisma de servir, muy del Evangelio.

En una ocasión estuve convaleciente y me visitó un amigo trayéndome unos churros de un fabricante  de feria que era especial y pensó que me iban a gustar. Los churros le gustan a todo el mundo.

 Luego yo también hice algo parecido con algunos enfermos,  que lo agradecieron mucho, no por el valor sino por el detalle.
También  me gustó mucho que me llamaran a una hora intempestiva para atender a un enfermo grave. Me encantó la confianza en que lo iba  a hacer con alegría,  como así fue.
Se podría  seguir contando detalles. Estoy seguro que habrá tantos que tienen esta agradable experiencia,  que es tan de la vida de los seguidores de Cristo y que hace que la vida sea bendecida por todos.

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