Yendo por la calle recibí una llamada telefónica. Era un
conocido y amigo, joven y casado. Me dijo
claramente: quiero recibir la unción de enfermos. Me recordó la carta de Santiago que dice que si alguno
está enfermo llame a los presbíteros
del la Iglesia…el amigo llamó
directamente.
Iba a operarse, no era algo fácil y quería ir bien dispuesto
y preparado. No fuera que los pasos de la peregrinación sobre la tierra, estuviesen a
punto de finalizar.
De este sacramento sólo esperamos cosas buenas que vale la
pena acoger: aumenta la gracia, nos une a la pasión de Cristo, cura en raíz los
restos de los pecados ya perdonados y nos da la salud si nos conviene.
El caso es que quedamos que a primera hora del día siguiente
nos veríamos en la iglesia. Así fue.
Vino solo, ya estaba confesado de poco
tiempo, recibió la santa unción,con sencillez y con fe. A esto se unió la indulgencia plenaria que
concede el papa en estos casos y también le hice la recomendación del alma en
que se pide que salga a su encuentro y lo reciba, Dios Padre que lo creó, Dios Hijo que lo redimió y
Dios Espíritu Santo que lo guió y santificó.
Al día siguiente se operó y a las pocas horas recibí un
correo en que me decía que todo iba bien y que ya empezaba a levantarse. Gracias a Dios.
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