Cierta ocasión en la que me
encontraba ayudando en labor pastoral en una comunidad rural, me llamó mucho la
atención la devoción que una familia le veneraba al apóstol Santiago e hice
varias preguntas respecto a esto. La familia estaba conformada por los padres y
varios hijos, algunos estaban presentes. Ante la pregunta que formulé, sobre la
devoción al santo, la madre de familia me contó una anécdota muy particular en
la cual está involucrada ella y un hijo, os la contaré enseguida.
Tras varios días de no saber de
su hijo, el cual tenía un grave problema con la bebida y gran fama de pasar
varios días ausentes en distintas comunidades embriagándose, la madre sentía
muy dentro de sí una gran preocupación por su hijo, al punto de pensar lo peor:
la muerte de su hijo. Fue al pequeño altar, en ese entonces, donde
tenía la imagen de Santiago apóstol montado en su caballo, encendió una vela y
la colocó a los pies de la imagen y le rogó: “si es posible que pudieras hacerme tan grande favor, te pido que
traigas a mi hijo sano y salvo a casa”, rezaría también un padre nuestro y
se retiraría enseguida a guardar vela, en espera de un favor.
El hijo en cuestión, se
encontraba presente en ese momento y relata lo que a él le aconteció: “me
encontraba con varios amigos en una cantina, no recuerdo exactamente cuántos
días llevaba ya fuera de casa y, como de costumbre, no solía avisar a nadie
cómo me encontraba y dónde estaba, pero tengo por seguro que recuerdo con
detalle todo lo que aconteció.
Apareció un hombre joven de unos 30 años, con el pelo un poco largo, unos ojos negros y una mirada
decidida, volteó enseguida y me miró a los ojos y me llamó por mi nombre
añadiendo: “he venido por ti para llevarte a tú casa”. Yo inmediatamente le
pregunté cómo era posible que conociera él mi nombre, ya que yo no le conocía,
a lo que él preguntó que eso no importaba tanto, pero me explicó que le habían
pedido que fuera por mí y que tenía dos opciones: “vienes conmigo de buena
manera o te llevo a mí manera”, a lo que contesté que de allí no me retiraba.
Me contestó entonces que sería
por su manera la forma en la que me iría con él, pero me opuse rotundamente y
me puse en plan agresivo, al punto de querer pelear con él, a lo que él me instó
a salir del lugar y así lo hice. Salí del lugar buscándole para poder golpearlo
pero mi sorpresa fue otra, al salir no encontré a nadie, solo vi un momento de
obscuridad. Al momento intenté regresar a la cantina pero no podía, mis piernas
no respondían y sentía que iba siendo tirado por algo con una soga atada a mis
pies, me llevaban arrastrando pero no sentía dolor alguno por ello, intenté
incorporarme para ver si podía saber qué pasaba y pude ver un caballo blanco, era
montado por aquel mismo que había entrado hace poco a la cantina.
Al querer volver a incorporarme me
di cuenta que estaba a la puerta de mi casa, las luces estaban encendidas como
si alguien estuviera esperándome dentro, ante el miedo que sentí por lo que
había vivido entré corriendo a la casa. Al abrir la puerta vi a mi madre,
estaba sentada en la sala esperando por mí, vino a mi llena de lagrimas a
abrazarme, estaba muy sorprendido por todo. Quería explicarle todo lo que había
pasado y girando un poco la cabeza hacia el altar de santos que tiene mi madre,
vi entonces la imagen del apóstol y le reconocí. Le dije a mi madre gritando:
“¡él se me apareció a mí en la cantina! ¡¿Qué está pasando aquí?!
Ella trató de tranquilizarme y me
explicó lo preocupada que estaba por no saber nada de mí en varios días y que le pidió un favor, que yo llegara, por
medio de él, a casa sano y salvo; y así fue.” Desde entonces la familia ha
estado tan agradecida con el apóstol que siempre tratan de celebrar su fiesta
lo mejor posible: todos reunidos en familia, participando de la Eucaristía y
festejando sanamente al santo.
Este hecho es muy significativo
para mí, ahora que me encuentro en la tierra donde Santiago apóstol pudo
evangelizar y ganar almas para Dios; espero poder volver a vivir un momento con
la familia que me compartió esta bella anécdota y ahora comparto con vosotros,
y contarles que ante los restos del apóstol les he encomendado de manera muy
especial.
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Seminarista Juan Alberto Morales Landín, estudiante de
bachiller en Teología, en la Universidad de Navarra, natural de la diócesis de
Celaya, México
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