Son muchos los santos que recomiendan la meditación sobre la pasión y muerte del Señor o que han escrito sabrosos comentarios sobre estos momentos de la vida de
Cristo.
Tal vez quieren que veamos el mucho amor que Dios nos tiene,
o también la malicia del pecado.
Al ver a Cristo en esos
momentos en que sigue siendo maestro, nosotros nos vamos enamorando del Señor que
nos amó primero y cuando éramos pecadores.
Esto viene al caso porque he leído, en el libro de S. Juan de
Ávila, Audi filia et vide, un consejo
muy práctico en que distribuye la pasión del Señor en los días de la semana y
lo hace de la siguiente manera:
Lunes. La oración
en el huerto de los olivos y el prendimiento. Así como lo que pasó aquella
noche en la casa de Anás y Caifás.
Martes: considerar
las acusaciones y los azotes de Jesús atado a la columna.
Miércoles:
contemplar de cómo fue coronado de espinas y escarnecido. Es el Ecce homo.
Jueves: ver la
humildad de Jesús al lavarle los pies a los discípulos.
Viernes: es
sentenciado a muerte, lleva la cruz y es crucificado.
Sábado: la
lanzada. Lo quitan de la cruz y lo ponen
en los brazos de María. Angustias de María.
Domingo: la Resurrección
S. Juan de Ávila dice que esto, no hemos de verlo a miles de kilómetros
de distancia, sino a nuestro lado, cerca, metidos en la escena.
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