Como fue la primera comunión de S. Carlo Acutis
La piedad del pequeño no hacía más que crecer y a los 7 años recibió su primera comunión en el silencio del monasterio de Bernaga en Perego, para evitar distracciones. Desde entonces, Carlo asistía a Misa diaria, rezaba el Rosario y dedicaba un rato de adoración antes o después de la Eucaristía.
S. Josémaría Escrivá
El 23 de abril de 1912, san Josemaría recibió por primera vez la Comunión. El Señor “quiso venir a hacerse el dueño de mi corazón”, decía. En España no solían hacer los niños la Primera Comunión hasta haber cumplido los doce o trece años, costumbre seguida también en otros muchos países.
Santo Domingo Sabio
A los 7 años hizo su primera comunión y a los 12 entró en el Oratorio de San Juan Bosco. Bajo la dirección personal del gran santo salesiano se convirtió en tabernáculo del Señor y en modelo y ejemplo de amor a Dio para los demás. Fue un verdadero apóstol y misionero de Jesús, con la simple presencia de su vida.
Pidió tres cosas:
1 Antes morir que pecar
2 Estar siempre alegre
3 Sus mejores amigos, Jesús y María
Sor Lucia, vidente de Fátima
Lucia dos Santos nació el 22 de marzo de 1907 en Aljustrel, una aldea cercana a Fátima, en Portugal. Sus padres trabajaban la tierra y ella era pastora, al igual que sus primos, Jacinta y Francisco Marto. Cuando tenía seis años, Lucía hizo la primera comunión y ( por indicación de su madre) se dirigió al cielo diciendo: "¡Señor, hazme santa! Mantén mi corazón siempre puro, sólo para ti".
Santa Teresita de Lisié
En los manuscritos autobiográficos nos habla de todo lo relacionado con su primera comunión, recordando cada detalle con sorprendente minuciosidad: preparación, libro de oraciones, actos de amor, ejercicios espirituales, cartas recibidas... hasta los cantos y la decoración floral de la ceremonia: “Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma...! Fue un beso de amor. Me sentía amada y decía a mi vez: «Te amo, y me entrego a ti para siempre»... Ni el precioso vestido que María me había comprado, ni todos los regalos que había recibido me llenaban el corazón. Sólo Jesús podía saciarme” (Ms A 35rº-36rº).
Por entonces no se acostumbraba a comulgar con frecuencia, pero en ella surgen inmediatamente deseos de hacerlo: “Aproximadamente un mes después de mi primera comunión, fui a confesarme para la fiesta de la Ascensión, y me atreví a pedir permiso para comulgar.
Contra toda esperanza, el Sr. abate me lo concedió, y tuve la dicha de arrodillarme a la Sagrada Mesa entre papá y María. ¡Qué dulce recuerdo he conservado de esta segunda visita de Jesús! De nuevo corrieron las lágrimas con inefable dulzura. Me repetía a mí misma sin cesar estas palabras de san Pablo: «Ya no vivo yo, ¡es Jesús quien vive en mí...!».
A partir de esta comunión, mi deseo de recibir al Señor se fue haciendo cada vez mayor.
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