Hace días que vino a S. Cayetano un grupo de cordobeses con su párroco, un señor joven.Venían a participar en la misa.
Me llamó la atención como estaban en silencio o hablando bajito, pero sobre todo porque a la hora de la consagración de la misa, todos se pusieron de rodillas desde que el sacerdote puso las manos sobre el pan y el vino, hasta que hizo su última genuflexión, al terminar dicha consagración.
Ese tiempo de la consagración es un tiempo especial para adorar, para reconocer que allí está Jesús no como símbolo o recuerdo, sino con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Ya el misal en la Ordenación general del misal Romano, que trae al inicio, y que habla ampliamente de la Sª Misa, dice en el número 43 (sobre gestos y posturas corporales): Estarán de rodillas durante la consagración a no ser que lo impida la enfermedad o la estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier causa razonable. Y, los que no puedan arrodillarse en la consagración, deben inclinarse profundamente mientras el sacerdote hace la genuflexión.
Esta adoración ayuda a mejorar nuestra fe en la Presencia real de Jesús. Si no se hace, al cabo del tiempo se desdibuja esta fe y se puede incluso perder. Los últimos papas han insistido en el asombro de adorar.
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