Yendo a visitar a un amigo sacerdote a un geriátrico, me encontré
con un señor bastante joven que se me dio a conocer y me saludó. Me conocía de
verme por la parroquia.
Vivía en esta ciudad y tenía a su mujer con alzhéimer desde hacía tiempo, varios años.
Siempre
que iba, generalmente por las tardes, lo encontraba con su mujer que la llevaba
en silla de ruedas y la paseaba por el patio
o la llevaba a la cafetería. Lo encontraba sonriente, amable.
Yo le
hablaba e intentaba decirle algo a su
mujer pero esta no se enteraba, aparentemente, de nada. Aunque una vez la oí a una monja de
un asilo de ancianos y me dijo que el cariño lo entienden todos.
Me llamó la atención este marido por el cariño y la alegría con que trataba
a su mujer. Siempre igual. Le daba
un paseo y pasaba con ella un buen rato pues cuando yo me marchaba él seguía allí
tranquilamente. Y así todos los días.
¡ qué grande es el sacramento del
matrimonio que da tal interés y tantas fuerzas para hacer todo eso y sin darle mayor importancia¡;
ya lo dice la liturgia del matrimonio: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza…
Un día me enteré que la mujer había fallecido y fui al
tanatorio a visitarlos. Estaba el marido con otros familiares y amigos. Me ofrecí
a rezarle algo y me agradeció la visita
y las oraciones.
Cuando terminé y antes de despedirme le hice un comentario a
los presentes. Me parecía que
aquella enfermedad no era inútil sino
para gloria de Dios y que tal vez alguien se convertiría por aquellos
sufrimientos. Durante años no se enteró
de nada, en cuanto a cuidados recibidos pero ahora en el Cielo lo sabía ya todo
y agradecería el trato recibido en particular por parte de su marido.
Cuando dije estas cosas vi la emoción en los ojos de algunos allí presentes y yo mismo me sentí conmovido por esa bondad
de Dios, que da la gracia y la bondad de
los hombres que no se paran ante las dificultades.
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