Ayer tarde pase por un paso de peatones y vi una margarita
en una rajadura del asfalto. Estaba florecida y tan campante. De alguna forma estuve
hablando con ella.
Me llamó la atención verla allí viva, por donde pasan descuidados peatones y también
coches de todo calibre con bastante frecuencia. Pero allí estaba la flor.
Se lo comenté a un taxista que me llevó a un lugar cercano y
me dijo que le parecía una parábola.
Al pasar unas horas, volví a aquel lugar con la máquina de fotos para hacerle
una buena foto a esta heroína. Pero la
margarita ya no estaba, ni viva ni muerta. Había desaparecido y no sé que habrá
pasado, pues no creo que nadie se enamorase de ella. En el campo cercano hay miles, a cual más hermosa y reluciente.
Pero, ¿y la parábola del taxista?
Pues creo que la parábola es que el Espíritu Santo puede hacer brotar
vida en un desierto de sequedad y aridez. En medio de ateos, librepensadores, gente que ha aparcado lejos a Dios, y los olvidados
de Dios y de los hombres, puede surgir
un santo. A veces, quien menos se piensa.
Es tal la fuerza de la vida, y del Espíritu Santo, Señor y
dador de vida, que puede germinar en esos lugares, también la vida espiritual, la santidad.
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