Vino a mi parroquia una señora que me conoce hace tiempo y
me dijo que su marido había empeorado. Deseaba
que fuera a verlo.
El Buen Pastor |
Le dije que esa misma tarde y así, en caliente,
iría por su casa de la que me dio
la dirección. Está en un lugar un poco enrevesado, al menos para quien no lo sabe.
Fui a la hora convenida y subí a un primer piso. Allí estaba el marido en la cocina tomando un café.
Se le veía poco animado.
Después de los saludos de rigor me invitó la señora a un
café que acepté.
Después de los primeros intercambios de noticias ella me dijo:
Háblenos de la misericordia de Dios.
Es un gran tema a considerar y me pareció una pregunta muy oportuna siempre. Saqué de mi memoria un par de historias que venían al caso
y ella, su esposa, me seguía preguntando y también haciendo sus propios comentarios. El marido escuchaba con atención y creo
que seguramente hablé de lo que necesitaba
se le hablara.
Nos despedimos y noté en el enfermo, satisfacción en su rostro, que dicen es el espejo del alma.
En otra ocasión, una feligresa,
se puso a morir. Llamó a sus hijos y les dijo que se encontraba muy mal,
pero que llamaran primero al sacerdote y luego al médico. Así lo hicieron a pesar de que la hora era intespetiva, pero así les
enseñó, con su ejemplo, que primero es Dios y luego lo demás.
Al final no le pasó
nada y sigue asistiendo asiduamente a la Misa,
pero aquella lección quedó en mi memoria y espero que en la memoria de
los hijos. Otra mujer con sabiduría.
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