En un reciente libro de Salvador Bernal en que cuenta sus
impresiones personales de la convivencia con D. Álvaro , dice que D. Álvaro
tuvo muchos amigos, porque era muy buen amigo.
Cultivó la amistad –inseparable a su apostolado personal –
hasta las últimas horas de su vida terrena. A su muerte, en la mesilla de
noche, estaba la tarjeta de visita de uno de los pilotos del avión que le había
traído de Tierra Santa a Roma. Se había interesado por él y por su familia, especialmente
en la espera en el aeropuerto de Tel
Aviv. La relación fue breve, pero profunda: aquel piloto acudió a rezar ante
los restos mortales de don Álvaro en cuanto tuvo noticia de su fallecimiento.
Tenía una capacidad muy grande de agradecer. Vivía y
predicaba la gratitud. Daba gracias a Dios continuamente. Se acordaba con vivacidad de las personas y su entorno
como en el caso de Mercedes Santamaría que trabajó en casa de sus padres. Se acordaba
perfectamente de nombres y detalles
familiares, problemas etc.
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