Desde hace tiempo que visito a sacerdotes ancianos o
enfermos en sus casas. A veces en la casa sacerdotal. Estas visitas las
intensifiqué por seguir el consejo que
dio el Sr. Obispo a los que damos retiros a los sacerdotes. Nos dijo que
siempre preguntáramos por si había algún sacerdote enfermo o que no sale de casa.
Si los hay, y casi siempre los hay, le podíamos hacer una visita.
Uno de los primeros en visitar fue un sacerdote llamado
Ricardo que el médico le aconsejó reposo y por tanto no salía de casa. Fui a
verle después de enterarme de los detalles de en donde vivía. Como es normal le
avisé de la visita y al llegar me hizo
pasar, me contó sus cosas yo también le conté los temas del retiro y quedó muy
agradecido y muy contento, igual que yo.
La verdad es que siempre salgo contento
de estas visitas.
Luego fui a ver a D. Manuel que ya está retirado y apenas
sale de casa. Esta fue la historia:
Por unas
circunstancias providenciales, que no son del caso contar, me
saludó en el Hospital un matrimonio que hacía mucho que no veía. Me
dijeron de donde eran: una aldea perdida en medio de una llanura, con grandes zonas de cultivos, intercalados con pequeños bosques.
Me acordé
que allí tenía un viejo amigo sacerdote que no sabía nada de él y entonces les pregunté por él y me informaron
perfectamente. Me dieron los datos de donde vivía ya retirado y cuidado por una
familia. En ese momento hice intención de ir a verlo, pues ya tenía 88 años y
podía encontrarse con cierta soledad.
Como no
sabía bien el camino puse el GPS, un sábado por la mañana, y me lancé a
ver si lo encontraba.
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Fui a parar
a una zona que no tenía nada que ver con lo que yo buscaba. Tanto es así que le
pregunté a un paisano por el sitio y me
dijo, con una expresión castiza gallega que no se puede reproducir, que
era muy complicado explicarlo.
Volví a casa
y llamé a un colega, que vive por esa zona, y me dijo el recorrido
detallado que fui escribiendo.
Ya el
domingo por la tarde, seguí los pasos indicados por mi amigo y llegué
correctamente.
Nos
saludamos, el sacerdote mayor y yo, nada más vernos, y me pasó a la cocina, a la lareira, que tenía una hermosa
temperatura.
Hablamos
largo rato, más de una hora, y me contó
bonitas historias de su juventud.
Cuando llegó la hora de despedirnos le
pedí que rezara por los curas y me dijo que todas las noches rezaba 15 padrenuestros por 15 intenciones
distintas: por los familiares difuntos, por los feligreses de todas las
parroquias de las que fue responsable, por personas singulares, el Papa , los
curas…etc
Me quedé muy
contento de ese detalle tan tierno y ya
para terminar le pedí que me diera una bendición. Quedó como dudoso, pero le
dije que los curas bendecimos. Es lo nuestro. Entonces me dio una bendición
sencilla y clásica e hizo la señal de la Cruz (varias), y luego como de propina
me añadió: Sigue los pasos de Jesús y habla de sus enseñanzas.
Luego me cogió la mano y me la besó y yo cogí la suya y también besé
aquella mano que tuvo tantas veces el Cuerpo de Jesús y dio tantas maravillosas bendiciones.
No hace falta decir que marché de allí feliz y
contento.
Otro día me
enteré de D. José Antonio que tiene
bastante dificultad para andar. Fui a verle y hablamos sobre todo de
cosas de hace años y también le pedí la bendición al marchar. He visto que dar
la bendición les refuerza a los sacerdotes en su misión sacerdotal. D.
José se resistía y me decía que era yo
quien tenía que bendecirle a él, pero al final le convencí y me dio la
bendición. Luego volví otras veces a verle,
solo o con otro y siempre es un motivo de alegría.
En una
conversación entre compañeros, me enteré de otro sacerdote que estaba en un lugar apartado y ya no salía
ni para decir la Misa. Llamé al arcipreste para ver que me aconsejaba y seguí sus
consejos. No fui solo, me acompañó otro sacerdote y a
veces voy también con un seminarista mayor. Entre dos o tres la conversación es más animada.
Nada más llegar me pidió confesión pues hacía bastante tiempo que no le visitaban sacerdotes o al menos eso él creía. Me enseñó la casa y la huerta. En la huerta pudimos conversar con calma y también probar las cerezas cogidas directamente del árbol. Era tiempo de cerezas.
Nada más llegar me pidió confesión pues hacía bastante tiempo que no le visitaban sacerdotes o al menos eso él creía. Me enseñó la casa y la huerta. En la huerta pudimos conversar con calma y también probar las cerezas cogidas directamente del árbol. Era tiempo de cerezas.
Vi a
bastantes más. D. Ramón, otro D. Manuel etc. La visita a alguno me obligó a
rezar mucho pues no tenía suficiente confianza con ellos o estaban en una
situación difícil. Pero al final Dios no se deja ganar en generosidad y
hace maravillas.
También fui
a ver a uno que fue compañero de curso y que hace años dejó la vocación, no
estaba enfermo pero ya tiene años. Había estado en contacto con él
especialmente por medio del teléfono, pero desde hacía días o incluso semanas sentía un algo interior de
ir a verlo.
Pensaba que quizá se encontraba solo y me
decidí llamarle e ir a verle.
Cuando
llegué cerca de su casa ya estaba
esperándome en la carretera para que no me perdiera. Me hizo pasar y charlamos
de todo, estaba visiblemente contento de que fuera a verle y quedamos en comer juntos
más adelante.
Estuve a
solas con él un ratito y pude ver cómo iba espiritualmente, animándole a seguir firme en la fe. Él
también quedó en rezar por mí y por las
vocaciones.
Espero que
esta cultura de la amistad y de la atención a los más débiles cunda y sea algo
habitual y no nos olvidemos de quienes ya no están en activo, pero han hecho
mucho por el Reino de Dios, y merecen un
agradecimiento.
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