Conocí a un peregrino con el que hable por breve tiempo a la puerta de la iglesia. Le pregunté por su experiencia del camino y después de oírle le comenté que ya le quedaba poco tiempo para llegar a la catedral, como unos 12 minutos. Al tiempo y, ya despidiéndole, le hice una recomendación: que hiciera que cada paso hasta la catedral, fuera un acto de amor a Dios.
Aquello le hizo pensar y entrar dentro de su historia y, entonces, me contó que hacia mas de 20 años que iba a Misa todos los domingos sin fallar, cosa que antes no hacía.
Todo comenzó cuando un buen día si saber por qué fue a misa.
Aquella misa la celebró un sacerdote con mucha fe y devoción, se veía que lo vivía, transparentaba su fe en todos sus gestos. Además
su predicación fue muy concreta, se
entendía lo que quería transmitir del
Evangelio.
Ese buen ejemplo le llegó muy adentro y le movió a empezar de nuevo a ir a la Misa, cosa que realizaba siempre con alegría desde hace más de 20 años y además hacía lo posible para poder comulgar.
El buen ejemplo le arrastró a una vida nueva, y daba, por ello, muchas gracias a Dios y a la Virgen.
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