El día 25 de junio en la catedral de Santiago se celebraba una Misa en la fiesta de S. Josemaría que presidía D. Ángel Lasheras y era concelebrada por unos 20 o más sacerdotes.
Asistía una multitud de fieles que llenaba las naves de la catedral.
En la homilía habló de la Misericordia de Dios concretada en la confesión, con citas del Papa y de S. Josemaría.
Dado el interés del tema en este año de la misericordia le he pedido su homilía para publicar lo referente a la confesión.
"Por eso el
Papa está haciendo un gran esfuerzo para que descubramos de nuevo, con nuevas
luces ese amor misericordioso, que nos reveló Jesucristo.
El Señor
sabe que cuando conocemos y creemos en esta estupenda verdad, se remueve
nuestro corazón, y vamos agradecidos a su encuentro, y nos dejamos curar,
fortalecer, alentar, en nuestro camino. Nos rehacemos como hijos de Dios.
Hace pocos días
(el 2 de junio) ha dirigido un retiro en
Roma para sacerdotes del mundo entero, y en una de la meditaciones (la 3ª) les
decía hablando de su labor sacerdotal, citando elCatecismo de la Iglesia
Católica: «cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce
el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen
Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al hijo pródigo y lo
acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo
juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el
signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador» (n.
1465).
El Santo Padre nos trae a la memoria esos momentos en los que
podemos ver con fuerza la alegría y agradecimiento con que vería el hombre malherido,
acercársele el Buen Samaritano con su aceite, que sería su consuelo y remedio; qué
paz y seguridad la de la oveja perdida en los brazos del Buen Pastor que ha
salido a buscarla y la ha encontrado en un estado de notable deterioro; o la
recuperación de la dignidad perdida del hijo pródigo, que recibe de nuevo todo
en el amor infinito de su padre, que nunca ha dejado de quererle...
Ese encuentro entre Dios y cada uno de nosotros, es el final del
camino de amor misericordioso, que viene desde el Cielo. Jesús nos lo revela
con su propia vida, y con sus enseñanzas.
Es ese mismo amor misericordioso el que hoy también quiero
resaltar en la vida y en la enseñanzas de San Josemaría Escrivá, con ocasión de
su fiesta: ya en 1931, cuando tenía 29 años, apuntó: del Amor Misericordioso diré que es una devoción que me roba el alma(Diccionario
San Josemaria, voz Amor misericordioso).
En el año
1972, cuando vio necesario salir a recorrer muchos países del mundo para
hablarles de las certezas de la fe, ante miles de personas –casadas, solteras,
jóvenes o mayores- les decía con mucha fuerza: si consideramos las cosas despacio, veremos que un Dios Creador es
admirable; un Dios, que viene hasta la
Cruz para redimirnos, es una maravilla; ¡pero un Dios que perdona, un
Dios, que nos purifica, que nos limpia, es algo espléndido! ¿Cabe algo más
paternal? ¿Vosotros guardáis rencor a
vuestros hijos? ¿Verdad que no? Así Dios Nuestro Señor, en cuanto le pedimos
perdón, nos perdona del todo. ¡Es estupendo!Hay que acudir al Santo Sacramento
de la Penitencia, que es uno de los siete que instituyó el Señor para bien de
nuestras almas. Hay que acudir a él, porque no es sólo para personar los
pecados graves, ni los pecados leves, ni las faltas; está también para
fortalecernos, para darnos impulso, de modo que podamos caminar por las sendas
del bien en la tierra. Acudid a la confesión(Dos meses de catequesis. Tomo
1, p.147)
Y a los que
le escuchaban manifestaba que si, como consecuencia de su predicación, había
una sola confesión, se sentía compensado de todo su esfuerzo.Y esto es así,
porque aprendió de Jesús (Mt 18,12)
que en el Cielo se valora con gran alegría la conversión de un solo pecador.
Entendía su
labor de sacerdote como la de hacer que cada alma que se le acercara se
encontrara con Dios. Y el encuentro más fructífero es el de la Confesión, donde
el alma renace, se fortalece, se llena de alegría y de esperanza, para reanudar
su camino en la tierra, de modo que El, Cristo, esté más presente en nuestros
quehaceres diarios.
Cuando nos
confesamos, Jesús exclama, como ocurrió cuando se invitó a la casa de Zaqueo (Lc 19, 1-10): hoy ha entrado la felicidad en esta casa. Conquistando a Zaqueo, entró en su corazón, lo convirtió a
él y todos los que él amaba: familia, compañeros de trabajo, amigos... Y así
sucede siempre cuando nosotros nos acercamos al sacerdote para ser perdonados,
nuestro corazón encuentra la paz y la alegría. Y esa alegría, que proviene del
Señor, a través de vosotros, entra en vuestros
hogares, en vuestros lugares de trabajo, en la relación con vuestros amigos.
San Josemaría le llamaba, porque producía siempre esos efectos, el sacramento de la alegría...
Hemos
escuchado en el Evangelio de la Misa, las palabras de Cristo San Pedro y a los
apóstoles y a todos los hombres: “rema mar adentro y echad vuestras redes para
pescar”...
Decía San
Josemaria en una de sus homilías (Amigos de Dios, n. 226): el principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el
mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se
respire el clima de la auténtica caridad...
Os
propongo que le pidamos a San Josemaria que grabe más hondo en nuestra alma que Dios nos escogido para hacer
dichosa a la humanidad, llevándola a Dios, a este Dios bueno y misericordioso,
que nos ha escogido para extender el reino de Jesucristo en el lugar donde
estamos, en medio de los demás hombres, a través de nuestro trabajo, de
nuestras ocupaciones diarias.
Termino
con unas palabras del Papa Francisco, dichas en este Año de la misericordia. En
una ocasión le preguntaron: ¿Qué consejos
le daría a un penitente para hacer una buena confesión? Y respondió: Que piense en la verdad de su vida frente a
Dios, qué siente, qué piensa. Que sepa mirarse con sinceridad a sí mismo y a su
pecado. Y que se sienta pecador, que se deje sorprender, asombrar por Dios...
Os animo a
que nos dejemos sorprender por el Señor, que amemos más el sacramento de la
Penitencia, y acudáis con frecuencia. Y que os propongáis llevar a todos los que os rodean a confesarse, pues quizás
será el mejor regalo que les podéis hacer. Y digo esto en la Catedral de
Santiago, lugar de oración y de conversión, más en este Año de la
Misericordia"...
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