lunes, 27 de junio de 2016

Una explicación de la confesión en la catedral de Santiago.



 El día 25 de junio en la catedral de Santiago se celebraba una Misa en la fiesta de S. Josemaría que presidía D. Ángel Lasheras y era concelebrada por unos 20  o más sacerdotes.
Asistía una multitud de fieles que llenaba las naves de la catedral.
En la homilía habló de la Misericordia de Dios concretada en la confesión, con citas del Papa y de S. Josemaría.
Dado el interés del tema en este año de la misericordia le he pedido su homilía para publicar lo referente a la confesión.




"Por eso el Papa está haciendo un gran esfuerzo para que descubramos de nuevo, con nuevas luces ese amor misericordioso, que nos reveló Jesucristo.

El Señor sabe que cuando conocemos y creemos en esta estupenda verdad, se remueve nuestro corazón, y vamos agradecidos a su encuentro, y nos dejamos curar, fortalecer, alentar, en nuestro camino. Nos rehacemos como hijos de Dios.

Hace pocos días (el 2 de junio) ha dirigido un  retiro en Roma para sacerdotes del mundo entero, y en una de la meditaciones (la 3ª) les decía hablando de su labor sacerdotal, citando elCatecismo de la Iglesia Católica: «cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador» (n. 1465).
           
El Santo Padre nos trae a la memoria esos momentos en los que podemos ver con fuerza la alegría y agradecimiento con que vería el hombre malherido, acercársele el Buen Samaritano con su aceite, que sería su consuelo y remedio; qué paz y seguridad la de la oveja perdida en los brazos del Buen Pastor que ha salido a buscarla y la ha encontrado en un estado de notable deterioro; o la recuperación de la dignidad perdida del hijo pródigo, que recibe de nuevo todo en el amor infinito de su padre, que nunca ha dejado de quererle...

Ese encuentro entre Dios y cada uno de nosotros, es el final del camino de amor misericordioso, que viene desde el Cielo. Jesús nos lo revela con su propia vida, y con sus enseñanzas.
 
Nª Sª del Perdón
Es ese mismo amor misericordioso el que hoy también quiero resaltar en la vida y en la enseñanzas de San Josemaría Escrivá, con ocasión de su fiesta: ya en 1931, cuando tenía 29 años, apuntó: del Amor Misericordioso diré que es una devoción que me roba el alma(Diccionario San Josemaria, voz Amor misericordioso).
           
En el año 1972, cuando vio necesario salir a recorrer muchos países del mundo para hablarles de las certezas de la fe, ante miles de personas –casadas, solteras, jóvenes o mayores- les decía con mucha fuerza: si consideramos las cosas despacio, veremos que un Dios Creador es admirable; un Dios, que viene hasta la  Cruz para redimirnos, es una maravilla; ¡pero un Dios que perdona, un Dios, que nos purifica, que nos limpia, es algo espléndido! ¿Cabe algo más paternal? ¿Vosotros guardáis rencor  a vuestros hijos? ¿Verdad que no? Así Dios Nuestro Señor, en cuanto le pedimos perdón, nos perdona del todo. ¡Es estupendo!Hay que acudir al Santo Sacramento de la Penitencia, que es uno de los siete que instituyó el Señor para bien de nuestras almas. Hay que acudir a él, porque no es sólo para personar los pecados graves, ni los pecados leves, ni las faltas; está también para fortalecernos, para darnos impulso, de modo que podamos caminar por las sendas del bien en la tierra. Acudid a la confesión(Dos meses de catequesis. Tomo 1, p.147)

Y a los que le escuchaban manifestaba que si, como consecuencia de su predicación, había una sola confesión, se sentía compensado de todo su esfuerzo.Y esto es así, porque aprendió de Jesús (Mt 18,12) que en el Cielo se valora con gran alegría la conversión de un solo pecador.

Entendía su labor de sacerdote como la de hacer que cada alma que se le acercara se encontrara con Dios. Y el encuentro más fructífero es el de la Confesión, donde el alma renace, se fortalece, se llena de alegría y de esperanza, para reanudar su camino en la tierra, de modo que El, Cristo, esté más presente en nuestros quehaceres diarios.

Cuando nos confesamos, Jesús exclama, como ocurrió cuando se invitó a la casa de Zaqueo (Lc 19, 1-10): hoy ha entrado la felicidad en esta casa. Conquistando a  Zaqueo, entró en su corazón, lo convirtió a él y todos los que él amaba: familia, compañeros de trabajo, amigos... Y así sucede siempre cuando nosotros nos acercamos al sacerdote para ser perdonados, nuestro corazón encuentra la paz y la alegría. Y esa alegría, que proviene del Señor, a través de vosotros, entra en vuestros hogares, en vuestros lugares de trabajo, en la relación con vuestros amigos. San Josemaría le llamaba, porque producía siempre esos efectos, el sacramento de la alegría...

Hemos escuchado en el Evangelio de la Misa, las palabras de Cristo San Pedro y a los apóstoles y a todos los hombres: “rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar”...

Decía San Josemaria en una de sus homilías (Amigos de Dios, n. 226): el principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad...

Os propongo que le pidamos a San Josemaria que grabe más hondo en nuestra alma que Dios nos escogido para hacer dichosa a la humanidad, llevándola a Dios, a este Dios bueno y misericordioso, que nos ha escogido para extender el reino de Jesucristo en el lugar donde estamos, en medio de los demás hombres, a través de nuestro trabajo, de nuestras ocupaciones diarias.

Termino con unas palabras del Papa Francisco, dichas en este Año de la misericordia. En una ocasión le preguntaron: ¿Qué consejos le daría a un penitente para hacer una buena confesión? Y respondió: Que piense en la verdad de su vida frente a Dios, qué siente, qué piensa. Que sepa mirarse con sinceridad a sí mismo y a su pecado. Y que se sienta pecador, que se deje sorprender, asombrar por Dios...

Os animo a que nos dejemos sorprender por el Señor, que amemos más el sacramento de la Penitencia, y acudáis con frecuencia. Y que os propongáis llevar a todos  los que os rodean a confesarse, pues quizás será el mejor regalo que les podéis hacer. Y digo esto en la Catedral de Santiago, lugar de oración y de conversión, más en este Año de la Misericordia"...

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