Como estábamos fuera del confesonario, al llegar el momento de la absolución le dije
que no hacía falta que se pusiera de rodillas. Pero él se levantó y me dijo: hay
que rendir armas, y se puso de rodillas sin ningún complejo.
Lo mismo me pasó en Fátima, Allí un portugués se quiso
confesar en medio la explanada,
lo atendí y luego, motu proprio, no
tuvo inconveniente en arrodillarse delante de toda la gente que por allí pasaba, aunque yo le había dicho que no hacía falta que lo hiciera.
Este año, en la procesión de Corpus que hacemos por las calles de la parroquia, pasaban unos jóvenes ciclistas a toda mecha, pero al ver la procesión, se reunen, bajan de la bici y se ponen de rodillas ante el Santísimo que iba bajo palio y que pasó a su lado. Un buen ejemplo de la juventud.
Ya no es corriente que la gente quiera arrodillarse, por ejemplo, en el momento
de la consagración de la Misa en que El Señor
en persona se hace presente sobre el altar.
Hay muchos que no rinden
armas. Desde luego a los que se arrodillan, el Señor los reconoce y los mira de un modo
especial, pero de los otros, yo creo que espera que rindan armas, pues Él es el amo y
se lo merece.
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