La pregunta que le anima a hacer las fundaciones es esta: ¿qué es lo que yo puedo hacer por Dios?
Eso le
hace ponerse en marcha y comenzar las Fundaciones. Así fue su respuesta, la
acción. Hay mucho mal y había que buscar
un medio para evitarlo y buscar mucho
bien y empieza por ella misma, viviendo mejor la regla. La experiencia de Dios
no la separó del mundo, sino que le dio
un nuevo coraje.
Luego vino la muerte de su padre que le hace reemprender la
marcha. Ahí vemos como a veces la muerte
de un ser querido hace que nos movamos a entregarnos más a Dios.
Su conversión había empezado con un encuentro con Cristo y
con un libro: Las confesiones de S. Agustín. Ahí redescubre el sentido de la vida,
la dignidad de la persona… y más cosas.
Cuando hace las fundaciones
aumenta sus amistades con todo
tipo de personas, a todas les lleva su vivencia de la fe y su compromiso con
Cristo. Y les lleva a la oración como si fuese una golosina.
Los luteranos quitaban sagrarios y ella no fundaba hasta que
había en la casa un sagrario. Le enamoraba el sagrario.
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