Tengo un amigo que estaba pasando una fuerte tribulación. Un
amigo suyo sabe algo y le dice: cuéntame
tu tribulación que quiero sufrir contigo.
Quizá pensaba que tal vez no
podría ayudarle de otra manera. Y se ofreció a compartir su sufrimiento. No sé
lo que luego pasó.
Esta actitud me ayudó a comprender el dolor de María al pie
de la Cruz. No podía hacer nada, pero podía compartir aquel sufrimiento de su
Hijo. A Jesús le habrá servido de bálsamo reconfortante para sus heridas, sobre todo morales. Ya no estaba solo y
abandonado de todos. Su Madre estaba allí
y le quería.
Eso mismo desean las almas santas. Quieren sufrir con
Cristo, pues ese sufrimiento es una forma eminente de amor que restaña las
heridas del amado.
También con los alejados nos podemos unir en el dolor y les
hará bien nuestra comprensión.
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