En el hospital de Santiago, una abuela consumía lentamente las últimas horas de su vida. Ya no
hablaba, ni abría los ojos. Según las enfermeras probablemente seguía oyendo. No
en vano se dice que el oído es lo último
que se pierde, aunque supongo que los sordos de siempre, seguirán igualmente
sordos a esa hora y no oirán nada.
Pues bien, esta señora tenía una hija en centro Europa. A esta hija le dieron a conocer la situación
de la enferma y rápidamente cogió un
avión y se presentó enseguida en el hospital.
Cuando las enfermeras
le comentaron la situación, le animaron a que le hablase, pero a esta hija se
le ocurrió cantarle. ¿Qué le cantó? Hay una canción gallega que tiene
letra y música muy bella, que es esta
Miña nai, miña
naiciña
Como miña nai,
ningunha
Que me quentou a cariña
Con o calorciño da
sua.
Se la cantó al oído, abrió los ojos, la miró como agradeciéndolo
y luego los cerró. Poco después moría en paz.
Fue un mensaje de cercanía y de amor que sin duda la
sirvió para afrontar sus últimos instantes con valor.
Dios también se hace presente en esos momentos a través
de la Unción de enfermos y con la presencia de un cristiano que conforta y
acompaña, o de un sacerdote que le va diciendo jaculatorias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario