En esta iglesia no cogemos ropa usada pues no tenemos
locales en donde tenerla. Pero la gente
viene, deja a la puerta sus bolsas y se van, luego ya la cogerán para la
iglesia.
Pues ya tenía tres o cuatro bolsas que me estorbaban en la
iglesia y quería sacarlas a un contenedor de ropa. Las metí en el coche, quizá
con poco cariño, y fui en busca de un contenedor.
Cuando no tenía que llevar bolsas, los veía por todas partes, pero ahora no sabía
a dónde dirigirme, pero me eché por las calles a la caza de un contenedor.
Llevaba las bolsas en el coche como los pecados,
deseando arrojarlos lejos de mí. Y buscaba
un contendedor pero era algo parecido a buscar un confesor. Basta que lo busques,
que no lo encuentras.
Ya por fin encontré un hermoso contendedor y fui llevando
las bolsas, las dejé con alegría por verme libre de su
presencia y agradecido a estos contenedores que son tan útiles para reciclar
toda clase de ropa y complementos, y ayudar a quien lo necesita.
Pensé desde luego en el parecido con la confesión,
en donde el confesor acoge nuestros
pecados y los perdona en nombre de Dios -desaparecen para siempre- y nosotros nos vemos totalmente
liberados.
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