lunes, 5 de marzo de 2018

Los ancianos.


Las  Hermanitas de los ancianos celebran este año los 175 años de la fundación de Santa Teresa Jornet. En atención a esta labor con los ancianos,  son estas reflexiones.

 La iglesia, siguiendo la tradición de la Biblia, tiene en mucha consideración a los ancianos. Basta pensar en el anciano Eleazar que no quiere ofrecer incienso a los ídolos por el honor de Dios pero lo hace  también por no dar mal ejemplo a los jóvenes. No acepta siquiera la simulación para salvar la vida.
El libro del Levítico afirma algo que  aun pesa hoy:
Alzate ante las canas y honra al anciano. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor.


Ya en tiempo de Jesús está el anciano Simeón y la anciana Ana que le reciben,  siendo niño, en sus manos en el templo y hablan de Él a todos los presentes.

No todos los ancianos son trigo limpio, pues a Jesús le condenaron los llamados  ancianos.

 Se puede llegar a la ancianidad sin corregir los defectos y mas retorcidos todavía, si no hay humildad y deseos de mejora.

A los ancianos hay que corregirlos, veamos lo que dice el Espiritu Santo :  1Ti 5:1 No reprendas al anciano con dureza, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos;  a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza.


En el pórtico de la residencia de San Marcos, residencia de ancianos  de Santiago, hay un gran letrero que dice:

Tenemos en nuestras 
casas,la porción
escogida del  Señor,
que son los ancianos.

Santa Teresa Jornet 


En un pasillo están estas fotos. Expresan la importancia de la educación desde niños y lo mucho que les afecta.
Los ancianos son escogidos del Señor ¿por qué escogidos? 
Estuve dándole vueltas a esta afirmación y encontré muchas cosas escritas. Los ancianos  están en la cruz y su oración es muy valiosa, es un don para la Iglesia . Hay que ayudarles a que tengan fe en esa oración suya que tantos necesitamos. Es una riqueza. Si están enfermos hay que decirles: ayúdanos con tu enfermedad.

San Josemaría tenía envidia de los ancianos, de como cogian el rosario y besaban sus medallas, hasta sus suspiros le parecían una magnífica oración.

El Papa francisco le dedicó varias homilías a la ancianidad,  llegando a decir que ser anciano es una  vocación. Veamos a Cristo en el anciano y démosle amor seguro de que esto te purificará de tus muchos pecados.

Si cuidamos a los ancianos, dice Francisco, tendremos también  a jóvenes.

Hay otras fotos con momentos decisivos de la vida de la Santa Jornet, que se pueden leer directamente de las fotos.

 No son curiosidades sino que se ponen para hacer oración y corregir la propia actitud,  para ajustarla a la voluntad de Dios.

Piénsese en la anécdota del pobre que es llevado por la niña y acogido por los padres. Toda la historia es  de una gran belleza ,nunca una carga. 

Palabras del Papa Francisco a los ancianos en la Plaza de San Pedro:
 (para leer con calma y meditar)


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy proseguimos la reflexión sobre los abuelos, considerando el valor y la importancia de su rol en la familia. Lo hago identificándome en estas personas, porque yo también pertenezco a este grupo de edad.

Cuando estuve en Filipinas, los filipinos, los habitantes de las Filipinas, el pueblo filipino me saludaba diciendo: “Lolo Kiko”, es decir, “abuelo Francisco”, “Lolo Kiko” decían.


Es importante subrayar una primera cosa: es verdad que la sociedad tiende a descartarnos, pero ciertamente el Señor no, ¿eh? El Señor no nos descarta jamás. Él nos llama a seguirlo en cada edad de la vida y también la ancianidad contiene una gracia y una misión, una verdadera vocación del Señor.

La ancianidad es una vocación. No es el momento todavía de “tirar los remos en la barca”. Este periodo de la vida es diverso de los precedentes, no hay dudas: debemos también “inventárnoslo” un poco, porque nuestras sociedades no están listas, espiritualmente y moralmente, para darle a éste, en este momento, su pleno valor.

Una vez, en efecto, no era tan normal tener tiempo a disposición, hoy lo es mucho más. Y también la espiritualidad cristiana ha sido tomada un poco de sorpresa, y se trata de delinear una espiritualidad de las personas ancianas. ¡Pero gracias a Dios, no faltan los testimonios de santos y santas!


Me ha impresionado mucho la “Jornada de los ancianos” que hicimos aquí en la plaza de San Pedro el año pasado, la plaza estaba llena: escuché historias de ancianos que se entregan por los otros. Y también historias de parejas, de matrimonios, que vienen y dicen: “pero hoy cumplimos 50 años de matrimonio”, “hoy cumplimos 60 años de matrimonio”…yo digo, pero: ¡háganlo ver a los jóvenes que se cansan rápido!

El testimonio de los ancianos en la fidelidad. Y en esta plaza había tantos ese día. Es una reflexión para continuar, en ámbito ya sea eclesial que civil. Es la imagen de Simeón y Ana, de los cuales nos habla el Evangelio de la infancia de Jesús, compuesto por San Lucas. Eran ciertamente ancianos, el “viejo” y la “profetisa” Ana, que tenía 84 años. No escondía la edad esta mujer.

El Evangelio dice que esperaban la venida de Dios, cada día, con gran fidelidad, desde hacía muchos años. Querían precisamente verlo aquel día, captar los signos, intuir el comienzo. Quizás estaban también ya un poco resignados a morir antes: pero aquella larga espera continuaba a ocupar toda su vida, no tenían compromisos más importantes que éste: esperar al Señor y rezar.


Y bien, cuando María y José llegaron al templo para cumplir las prescripciones de la Ley, Simeón y Ana dieron un salto, animados por el Espíritu Santo (cfr. Lc 2, 27). El peso de la edad y de la espera desapareció en un momento.

 Ellos reconocieron al Niño y descubrieron una nueva fuerza, para una nueva tarea: dar gracias y dar testimonio por este Signo de Dios. Simeón improvisó un bellísimo himno de júbilo (cfr. Lc, 2, 29-32) – fue un poeta en aquel momento - y Ana se transformó en la primera predicadora de Jesús: “hablaba del Niño a cuantos esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2,38).

Queridos abuelos, queridos ancianos, ¡pongámonos en la estela de estos viejos extraordinarios! Volvámonos también nosotros un poco ‘poetas de la oración’: tomémosle el gusto a buscar palabras nuestras, recobremos aquellas que nos enseña la Palabra de Dios. ¡Es un gran don para la Iglesia, la oración de los abuelos y de los ancianos!

La oración de los ancianos y abuelos es un don para la Iglesia, ¡es una riqueza! Una gran inyección de sabiduría también para la entera sociedad humana: sobre todo para aquella que está demasiado ocupada, demasiado absorbida, demasiado distraída.

Alguien tiene que cantar, también para ellos; cantar los signos de Dios, proclamar los signos de Dios, ¡rezar por ellos! Miremos a Benedicto XVI, quien ha elegido pasar en la oración y en la escucha de Dios la última parte de su vida. ¡Esto es bello!

Un gran creyente del siglo pasado, de tradición ortodoxa, Olivier Clément, decía: “Una civilización en la que ya no se ora es una civilización en la que la vejez carece de sentido. Y esto es aterrador, tenemos necesidad de ancianos que oren porque la vejez se nos da para esto”. Tenemos necesidad de ancianos que recen porque la vejez se nos da precisamente para esto. Es una bella cosa la oración de los ancianos.

Nosotros podemos agradecer al Señor por los beneficios recibidos, y llenar el vacío de ingratitud que lo rodea. Podemos interceder por las expectativas de las nuevas generaciones y dar dignidad a la memoria y los sacrificios de aquellas pasadas.

Nosotros podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es árida. Podemos decirles a los jóvenes temerosos que la angustia del futuro se puede vencer. Podemos enseñar a los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos, que hay más alegría en dar que en recibir.

Los abuelos y abuelas forman el “coro” permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el cántico de alabanza sostienen la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida.

La oración, finalmente, purifica incesantemente el corazón. La alabanza y la súplica a Dios previenen el endurecimiento del corazón en el resentimiento y el egoísmo.

 ¡Qué feo es el cinismo de un anciano que ha perdido el sentido de su testimonio, desprecia a los jóvenes y no comunica una sabiduría de vida!
¡En cambio qué bello es el aliento que el anciano logra transmitir al joven en busca del sentido de la fe y de la vida! Es verdaderamente la misión de los abuelos, la vocación de los ancianos.

 Las palabras de los abuelos tienen algo de especial para los jóvenes. Y ellos lo saben. Las palabras que mi abuela me dio por escrito el día de mi ordenación sacerdotal, las llevo todavía conmigo, siempre en el breviario, y las leo a menudo, y me hacen bien.

¡Cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos! Y esto es lo que hoy le pido al Señor: ¡este abrazo!




 

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