El poder del hombre sobre
la realidad no alcanza para cambiarla tan radicalmente: por más que yo
quiera que mi gato ladre y juegue con huesos no lo hará aunque trate de
enseñárselo y lo llame «Boby».
Gastón Escudero Poblete es el autor. El artículo es resumido.
La
ideología de género, sostiene que la identidad sexual no guarda
relación con el cuerpo sino que es definida por cada individuo
arbitrariamente.
Sin embargo, el poder del
hombre sobre la realidad no alcanza para cambiarla tan radicalmente: por
más que yo quiera que mi gato ladre y juegue con huesos no lo hará
aunque trate de enseñárselo y lo llame «Boby». Esto fue lo que el Arzobispo de Santiago, Monseñor Ricardo Ezzatti, quiso explicar al decir hace algunos días: «…
más allá del nominalismo hay que ir a la realidad de las cosas.
No
porque a un gato le pongo nombre de perro comienza a ser perro»,
dijo ante la pregunta de un periodista sobre la posibilidad de que los
menores de 14 años cambien el sexo de su inscripción en el Registro
Civil. Pudo haber elegido otro ejemplo: manzana con pera, árbol con
piedra, mesa con silla, negro con blanco, luz con oscuridad… En
cualquier caso, toda persona bien intencionada entiende que el ejemplo
no es lo importante y que es sólo un recurso pedagógico para explicar
una idea. Y venía al caso, porque si tratar al gato como si fuera un
perro puede acarrear serias consecuencias para el animal, cuánto más si
un hombre es tratado como mujer o viceversa, como lo demuestran los
testimonios y hasta suicidios de no pocas personas «trans» arrepentidas.
Pero los tiempos que corren no
se caracterizan por la buena intención, y se armó el escándalo y
llovieron las críticas porque el Arzobispo habría puesto a las personas «trans»
al nivel de los perros y gatos (a propósito: me extraña que los
animalistas no hayan reclamado contra los críticos de Monseñor Ezzatti
por estimar que perros y gatos valen menos que las personas).
Hay que
ser muy perro para extraer esa interpretación de las declaraciones de
Monseñor, porque está claro que no dijo ni quiso decir eso; él no usó el
ejemplo para referirse a personas sino para explicar qué es el
nominalismo, y punto. Por lo mismo, Monseñor no debió haberse
disculpado; bastaba con que dijera que dijo lo que dijo y no lo que
dicen que dijo y, de paso, hubiera aprovechado la oportunidad para
asistir a cuanto programa lo invitaran para hablar sobre el tema de
fondo, que es lo importante.
«Tiene razón en el fondo, pero cometió el error de haber dicho algo que previsiblemente iba a ser tergiversado»
me han dicho varios. No estoy de acuerdo. No importa la forma que
utilice cualquier persona con sentido común para advertir sobre los
riesgos de cualquier postulado ideológico, pues los adherentes a las
ideologías no aceptan que se discutan sus postulados contrastándolos con
la realidad ya que ello equivaldría a asumir la posibilidad de que su «re-creación» del mundo pueda estar equivocada.
¿Qué hacer entonces? Primero,
decir las cosas como son aunque algunos se pongan colorados; con
respeto, cuidando la forma para no herir sensibilidades
innecesariamente, pero decirlas. Los progresistas han ganado terreno no
porque digan cosas inteligentes sino porque apelan a las emociones y
pocos se atreven a enfrentarlos, pero si los enfrentamos con argumentos
de sentido común mucha gente nos dirá: «qué bueno que lo diga, ya estaba empezando a creer que estoy loco». Segundo, después de decirlas habrá que «poner el pecho a las balas»
para soportar críticas, insultos y hasta agresiones físicas. Tercero,
no pedir disculpas, porque no cabe disculparse por manifestar lo que se
piensa si se hace honestamente.
«¿No será mejor ser flexibles y adecuarnos a la modernidad? De lo contrario nos vamos a quedar sin gente»,
he oído por ahí; de hecho, no han faltado católicos, incluso algún
cura, quienes públicamente –y cobardemente– se han subido al carro y han
rasgado vestiduras contra Monseñor.
Reconozco que el argumento tiene
cierta lógica y «parece» atendible, pero debemos rechazarlo.
Hace 50 años Monseñor Fulton Sheen alertó contra esta tentación, que
viene a ser una versión sutil de la tercera tentación que enfrentó Jesús
antes de iniciar su vida pública: «Te daré todos los reinos del mundo y su gloria si me adoras»,
esto es, para que la Iglesia sea aceptada y estimada por el mundo debe
dejar a un lado la verdad y adecuarse a las ideologías, al afán humano
por recrear el mundo.
Jesús la enfrentó no sólo al inicio sino durante
Su misión: cuántas veces recibió críticas por haber herido
sensibilidades. En cierta ocasión hizo un reproche a los fariseos y,
como el reproche era aplicable también a los doctores de la ley, uno de
estos le reclamó, lo que aprovechó Jesús para fustigarlos: «¡Ay también de vosotros…!».
Enfrentemos las cosas como son:
o estamos con Él o estamos con el mundo y contra Él. Si los cristianos
que nos antecedieron se hubiesen adecuado al mundo, hace rato que se
habría roto la cadena de la transmisión de la Fe. Somos descendientes de
mártires y santos y tenemos el deber de transmitir a la generación
siguiente la Fe verdadera, la que cree en la Verdad. Por lo tanto habrá
que decir que dos más dos es cuatro, que el perro es perro, y que el
gato es gato.
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