En el convento del Carmen de Santiago se celebró la fiesta
de la Santa, como la llaman en Ávila. Las religiosas se preocuparon de
invitar por estos medios modernos a mucha gente y prepararon la iglesia como de gran
fiesta.
Estaban los altares y retablo magníficamente adornados con
flores frescas y en abundancia.
El altar de la misa limpio como la nieve y los vasos sagrados relucientes.
Me gustaría que
las velas del altar estuvieran una a cada lado según una antigua tradición y
con un bonito significado: la luz de Cristo en su nacimiento que se extiende en
un arco de luz, a la luz de su última
venida y, en medio, la Santa Misa, la Cruz, dentro de esa luz.
Se puso la moda al menos en Galicia de poner a un lado los dos
candeleros y al otro un florero, que no
tiene un significado especial, quizá una razón estética. Pero yo nunca vi eso ni en las iglesias de Roma, ni en Tierra santa, que siguen la otra
tradición.
Presidió la celebración el Sr. Arzobispo
que llevaba una casulla antigua con unos
bordados imponentes por su riqueza y belleza, y lógicamente nos habló en la
homilía de la Santa. Recogió unas palabras de San Pablo VI que la definen
perfectamente:
El primer pensamiento
es la evocación de la figura de Santa Teresa. La vemos ante nosotros como una
mujer excepcional, como a una religiosa que, envuelta toda ella de humildad,
penitencia y sencillez, irradia en torno a sí la llama de su vitalidad humana y
de su dinámica espiritualidad; la vemos, además, como reformadora y fundadora
de una histórica e insigne Orden religiosa, como escritora genial y fecunda,
como maestra de vida espiritual, como contemplativa incomparable e incansable
alma activa. ¡Qué grande, única y humana, qué atrayente es esta figura! Antes
de hablar de otra cosa, nos sentimos tentados a hablar de ella, de esta santa
interesantísima bajo muchos aspectos. ( S. Pablo VI).
Había unos 10
sacerdotes concelebrando y participaron
en la Misa muchos seminaristas del Seminario Mayor. Los
cantos ayudaron a entrar en oración como sería
el gusto de la Santa.
Hola Víctor, hermano sacerdote en el amor fraterno del corazón de Nuestro Señor Jesús. En cuanto a lo que gusta o no gusta en la liturgia. Está por encima las rúbricas litúrgicas acompañadas de un descubrimiento en el Espíritu, que da como resultado una "estética de la fe". Habló mucho de esto el papá emérito Benedicto XVI. Las Madres Carmelitas lo han puesto con un sentido y sensibilidad de elegancia y austeridad propias del carmelo. Felicitarlas por el adorno del retablo de la santa, sin mantel. El mantel se pone en la mesa de la comida del Pan de Vida. Si, que no quedaría mal unos candelabros más en el altar: 7 si fuera misa estacional. La liturgia no es cuestión de gustos ni de caprichos personales, sino de mucha oración, amor a nuestro señor. Sentirlo y vivirlo. Desear llevar a los demás la belleza, la bondad, la verdad y la unidad de Dios Trinidad: La plenitud Del AMOR del Hijo. Cuando los sacerdotes tengan este proceso de sensibilidad litúrgica, los fieles podremos descubrir la riqueza y lo profundo de la liturgia católica: sentirnos Inmersos en Dios. Vivir así nuestras Eucaristías es dejarnos poner en las manos de Dios, unas veces iremos al Tabor otras al Calvario. Pero el fin es: salir de la Eucaristía al mundo anunciando que Dios está vivo, sobre todo con nuestro obrar, hablar y movernos. Lamentablemente muchas veces salimos de la Eucaristía como zombies; así no engendra para el Espíritu y sucede lo que estamos viviendo: familias sin sentido cristiano, seminarios vacíos, parroquias en manos de una especie de comisión de fiestas con una formación carente, incoherencia y actitudes de contrasigno e hipocresía rondando el escándalo. Todo esto lo vemos los fieles y sufrimos aunque estemos callados. Es cuestión de dejar a Dios ser Dios, para ello no debemos buscar nuestro protagonismo en todo lo que realizamos, sino dejarnos ser manantiales del Espíritu Santo para los demás.
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